Lamento ser tan tozudo, pero es que el personaje es como es: imprevisible e incapaz de mantener un compromiso, sea público o privado. Este jueves, Pedro Sánchez lo ha vuelto a demostrar y a la dirección de Esquerra Republicana casi se le corta la respiración en seco. Aprovechando el vaporoso anuncio del president Quim Torra sobre el calendario electoral en Catalunya, del cual solo sabemos que anunciará la fecha de la cita con las urnas cuando se aprueben los presupuestos, que, por otro lado, tampoco sabemos con precisión cuando se aprobarán, el presidente español ha tratado de colarse por la rendija abierta para mirar de cancelar la mesa de diálogo entre los dos gobiernos. ¡Si tendrá pocas ganas de reunirse que ha mirado de desmontarla a las primeras de cambio y sin hablar siquiera con quienes había suscrito el acuerdo!

Muy poco tiempo ha tardado el presidente del Gobierno en enseñar sus cartas y, además, hacerlo con los mínimos miramientos posibles sobre los efectos que podía tener su movimiento hacia el partido que más ha arriesgado facilitándole con su abstención la investidura. El quiebro unilateral de Sánchez era tan peligroso para Esquerra Republicana que, solo la salida en tromba del partido de Oriol Junqueras, las conversaciones telefónicas mantenidas y la visita de Gabriel Rufián a la Moncloa pudo revertir el primer comunicado del Gobierno español aplazando la mesa de diálogo hasta después de las elecciones catalanas, por otro en el que expresan su disposición a celebrar la mesa de diálogo entre gobiernos acordada "antes de las elecciones catalanas".

ERC se movió con rapidez y, seguramente, debió tener que poner encima de la mesa algo más que palabras para lograr mover a los socialistas, que se las debían prometer muy felices durante unas horas. Para cualquiera que conozca el funcionamiento de la Moncloa, es un cambio significativo y, de hecho, nada habitual en el Ejecutivo español ya que ha tenido que pasar del blanco al negro en cuestión de muy poco tiempo y eso a ningún gobernante le gusta hacerlo. Aunque, eso sí, Sánchez ha conseguido modificar unilateralmente el acuerdo de reunir la mesa de diálogo antes de que hayan transcurrido quince días de la constitución del nuevo gobierno español, fecha que, por otra parte, ya ha pasado, por otra tan inconcreta como es antes de las elecciones catalanas que, hoy por hoy, pueden ser antes del verano o en otoño.

Obviamente, hay que esperar que Pedro Sánchez corrija aún más, respete la literalidad de los acuerdos firmados, se celebre lo antes posible la primera reunión y se calendaricen los encuentros futuros. Hay unos meses para ello antes de las elecciones que, si no las precipita el Tribunal Supremo con la inhabilitación del president Torra, muy posiblemente podrían acabar celebrándose en septiembre o la primera semana de octubre. Al final, el president no será candidato y una vez se ha decidido el calendario de los próximos meses, presupuestos primero y elecciones después, parece decidido a explorar a fondo cuál es la actitud real de los socialistas en la mesa de gobiernos y si realmente hay una propuesta seria, cosa que hasta ahora no se ha producido. Y es evidente que no podrán seguir pasando los meses sin reuniones y sin propuestas ya que, entonces sí, cabe la posibilidad de que la legislatura española le acabe estallando en la cara a Sánchez.