La mítica alcaldesa del PP en València, aquella a la que todos los conservadores españoles miraban como un ejemplo a imitar en la vida pública, la política que había hecho de la capital del Túria un cortijo en el que nadie le podía toser gracias a sus reiteradas mayorías absolutas, es desde este miércoles una zombi política, sin partido después de renunciar a la militancia y sin honor. Eso sí, con un escaño en el Senado al que no ha renunciado para preservar su inmunidad parlamentaria y para que su caso por presunto blanqueo de capitales se vea en el Tribunal Supremo y no en un juzgado ordinario de València, como sucedería si renunciara al acta de senadora. En cualquier caso, ya era un cadáver político tras su derrota en las pasadas municipales y ahora añade a esta condición la soledad más absoluta ya que su futuro en la Cámara Alta está en el Grupo Mixto.

Rita Barberá se va dando un portazo, clamando contra los que la señalan, lanzando veladas acusaciones a dirigentes de su partido durante los últimos 40 años -del que tenía el carnet número 3- y dejando en un brete a Mariano Rajoy y a Soraya Sáenz de Santamaría, que no solo no consiguieron que entregara su acta de senadora sino que en su comunicado insistió que el escaño era suyo y que en ningún caso pensaba renunciar a él. En las filas conservadoras el impacto era tan grande como la preocupación por el efecto que podía tener ante las inminentes elecciones gallegas y vascas del próximo 25 de septiembre.

No deja de ser curioso que el Senado, una cámara legislativa de una utilidad tan escasa y que se quiere reformar desde el primer día, haya servido de refugio de tantos políticos veteranos que acabaron procesados, desde el expresidente de la Junta de Andalucía José Antonio Griñán, imputado por el caso de los ERE, hasta el extesorero del PP Luis Bárcenas. Por citar solo a dos. Y pensar que periódicamente surge algún político que tiene la descabellada idea de trasladar el Senado a Barcelona, no deja de ser una metáfora de un tiempo que solo se explica por la incapacidad para afrontar los verdaderos problemas.