Este sábado, Juan Carlos I ha perdido la plaza de Barcelona que por acuerdo del consistorio de la época, en 1981 siendo alcalde el socialista Narcís Serra, hoy imputado por el caso Caixa Catalunya y para el que el fiscal pide cuatro años de prisión, se le distinguió en plena Diagonal y Passeig de Gràcia. Pasará a denominarse oficialmente plaça del Cinc d'Oros, nombre por el que ya era conocida por muchos barceloneses.

Es obvio que en la decisión del consistorio han pesado razones políticas, como también lo fueron en la distinción a las pocas semanas del golpe de estado de 1981 y con una impresión muy generalizada en aquel momento de que el golpe de estado de Milans del Bosch y Tejero no había triunfado por mediación de la Monarquía. Lo cierto es que mucho ha llovido desde entonces, el rey emérito ha tenido actuaciones más que discutibles al frente de la jefatura del Estado, hasta el extremo que su precipitada renuncia tuvo mucho que ver con todo ello.

Si las calles o plazas de un municipio son sobre todo un reconocimiento y una señal de agradecimiento de los ciudadanos y, en este caso, de sus representantes, la actitud de menosprecio al sector muy mayoritario de la sociedad catalana partidario de un referéndum de independencia ha sido evidente. Aún resuenan aquellas frases escritas en el único mensaje de contenido político que colgó en su web durante su reinado, el 18 de septiembre del 2012, y que tras glosar la unidad de España decía: "Lo peor que podemos hacer es dividir fuerzas, alentar disensiones, perseguir quimeras, ahondar heridas. No son estos tiempos buenos para escudriñar en las esencias ni para debatir si son galgos o podencos quienes amenazan nuestro modelo de convivencia".

Ni era una quimera, ni pretendía ahondar heridas, ni se estaba hablando de galgos y podencos. Era, en todo caso, una ilusión muy mayoritaria de la sociedad catalana que cinco años después de aquella filípica del Juan Carlos I sigue queriendo votar en un 80% si Catalunya es o no es un Estado independiente. Allí perdió la plaza, algo, si se quiere, incluso menor. Pero perdió algo más: la simpatía de una parte de la sociedad catalana que percibió claramente que, con aquella actitud, la Monarquía también era parte del problema, no de la solución.