Aunque la presidencia de la Generalitat de Josep Tarradellas i Joan no escapa al lógico debate sobre un político cuya gestión tuvo luces y sombras desde que llegó a Barcelona procedente del exilio, el 24 de octubre de 1977, hasta el día que abandonó el cargo, el 8 de mayo de 1980, nada tiene en él tanto valor como ser el nexo que entronca con la historia. Con la derrota de la República y con el exilio. Con la guerra y con la dictadura. Con la pérdida de las libertades y con el intento de aplastar cualquier signo de catalanidad. Tarradellas resistió erguido desde el 7 de agosto de 1954, fecha en que fue escogido president de la Generalitat en la embajada de la República Española en México, después de que Josep Irla dimitiera del cargo por problemas de salud. Fue ese cordón umbilical con la historia el que permitió el único hecho revolucionario de la transición política española. Superior sin duda al reconocimiento del Partido Comunista de España, que todo el mundo sabía que más tarde o más temprano se acabaría llevando a cabo.

El retorno de Tarradellas hace 40 años, hecho histórico cuya conmemoración se ha iniciado solemnemente este lunes en el Palau de la Generalitat, no estaba en la agenda del gobierno de Adolfo Suárez. O no lo estaba como una cuestión prioritaria. Pero, en cambio, sí que estaba en la calle. En el tejido asociativo catalán, en los partidos que salían de la clandestinidad, en los sindicatos, en los colegios profesionales. Tarradellas era el icono de manifestaciones multitudinarias que pedían Llibertat, amnistia i Estatut d'Autonomia. El president en el exilio, que sufrió penas y austeridades, miserias e incomprensiones, hizo un favor impagable con su tozudez en que lo más importante al inicio de la transición era el restablecimiento de la Generalitat. Algo que se puede observar hoy con una grandeza superior a la de aquel momento. La autonomía de Catalunya no deriva de la Constitución española sino de un acuerdo a tres bandas: entre el jefe del Estado del momento, Juan Carlos I, el presidente Suárez y el president Tarradellas. La autonomía de Catalunya es anterior a la Constitución. Aquella lección que hoy se nos aproxima y nos interpela tuvo, sobre todo, dos actores principales: el político que supo construir un relato día a día desde el pequeño pueblo de Saint-Martin-le-Beau y la gente, infatigable y esperanzada a partes iguales en la reclamación del retorno de su president.

Porque la historia nos enseña que la gente siempre ha sido la gran fuerza motriz de la evolución de Catalunya. Los políticos, en diferentes momentos, han sabido canalizar toda esa energía y vitalidad de reclamaciones a veces aparentemente imposibles. Aquel año 1977 se asemeja, en parte, a este 2017. El referéndum de independencia en un Estado democrático no tendría que ser más difícil de materializar que el retorno de un presidente republicano del exilio en los albores de una democracia débil y tutelada por los militares. Con ruido de sables en los cuarteles a diario. Pero la gente trajo a Tarradellas y sin saberlo hizo no solo un gesto de dignidad sino revolucionario. Evidentemente, no todos formaron parte de ese reencuentro de la Generalitat y su pueblo. Curiosamente, alguna de las organizaciones de los que hoy se reclaman herederos de Tarradellas y reivindican el seny catalán como una manera de hacer política, aquel 1977 estuvieron en contra del retorno del president exiliado. ¡Suerte que aún quedan hemerotecas para consultar!