El PSOE ha comunicado a los quince diputados de su grupo parlamentario que incumplieron la consigna de votar abstención y emitieron un voto negativo en la investidura de Mariano Rajoy, que se les ha abierto un expediente sancionador. Es el primer paso para dilucidar qué tipo de castigo se impone a los parlamentarios que cumplieron su compromiso electoral con el que concurrieron a las urnas el pasado 26 de junio. Ahí está la paradoja de la esperpéntica situación en la que ha desembocado la crisis socialista de la mano de la gestora que preside Javier Fernández: está bien incumplir las promesas electorales y está mal ser fiel a la palabra dada.

Aunque no se quiera ver, es evidente que hay un problema ético, que tiene que ver con la relación del electo con los electores. Aunque hay una corrección repentina de la orientación del voto de los diputados del PSOE y una instrucción inequívoca de la dirección, la pregunta es si cabe una sanción. Desde el punto de vista de la mirada partidista, puede ser que sí. Pero no es suficiente. Los partidos tienen compromisos con los electores y han de ser sagrados. En teoría, estar por encima de los intereses de partido, por muy legítimos que sean. El PSOE sería mucho más fuerte si asumiera en este caso la indisciplina que castigando a aquellos que han respetado el pacto con los electores del 26 de junio.

En la clarificadora entrevista que le hizo Jordi Évole a Pedro Sánchez en la noche del domingo, más allá de los titulares asegurando que Catalunya era una nación y que había que negociar con los independentistas, dos cosas me llamaron la atención. La primera, estética. ¿Por qué cogió una camisa alguna talla por debajo de la que necesita? La soledad del político también se nota en estas cosas, cuando la corte de asesores que te han acompañado ya no están a tu lado. La segunda, personal. Sánchez ha ganado este primer round de comunicación directa con los militantes. Si hoy hubiera unas primarias para elegir candidato a la secretaría general del PSOE, Sánchez arrasaría. Susana Díaz no saldría de Sevilla para dar una batalla que tiene perdida de antemano.

Pero en sus respuestas a Évole estaban, en parte, las dificultades con las que tropezará a partir de ahora. Desde el rechazo frontal de las grandes empresas, a la voz única de los grupos de comunicación. Pedro Sánchez es hoy el personaje más odiado por el establishment. Como lo ha sido durante mucho tiempo Artur Mas y como lo será dentro de poco si no hace cambios, Gabriel Rufián. Como lo han sido todos aquellos que en un momento dado han dicho no. O no les han dicho que sí.