Se cumple este domingo una semana de la detención del president Carles Puigdemont al norte de Alemania, cuando regresaba de Helsinki después de una invitación que le habían formulado diputados finlandeses. La detención de Puigdemont, una vez superada la perplejidad inicial —ya que nadie le hacía regresando en coche hacia Bruselas— ha vuelto a situar en el centro del debate político e informativo de varios países (de Alemania a Reino Unido y de Portugal a Bélgica, por citar a cuatro) la arbitrariedad de las detenciones, la existencia de presos políticos, el régimen de libertades en España y la violación de derechos fundamentales.

Si el pasado domingo la impresión dominante era que la extradición de Puigdemont a España por parte de las autoridades alemanas era tan solo una cuestión de tiempo, el paso de los días ha ido atemperando esta opinión y ahora nadie se atreve a realizar un pronóstico rotundo. Es más, día a día la opinión pública alemana va tomando conciencia de cómo se han conculcado derechos fundamentales del president, de los miembros del Govern y de los líderes de las entidades soberanistas encarcelados.

La imagen de España, de la que parecen no preocuparse ni las propias autoridades del país, está siendo sometida a un baño de realismo a nivel internacional de la que le va a costar escapar sea cual sea el resultado de la justicia alemana. Lo más relevante es que, en estos momentos, el debate que se ha planteado no es entre independencia de Catalunya o no, sino sobre la calidad de la democracia española y la reaparición de síntomas preocupantes vinculados a la extrema derecha y que se creían desaparecidos para siempre. El incendio del Ateneu de Sarrià y las pintadas con simbología nazi y fascista es el último de los ejemplos.

Solo hace falta conectarse a cualquier canal de televisión internacional para visualizar el desgarro que se está produciendo. Pérdidas de libertades que tan pronto afectan a un escritor como a tuiteros, cantantes, periodistas, bomberos, funcionarios de prisiones y un largo etcétera. Y parapetados en toda esta lógica represiva, trogloditas de la comunicación haciendo listas y más listas de los que no pensamos como ellos.