Cuentan, que en los días posteriores al almuerzo del Palacio de la Moncloa entre el presidente Mariano Rajoy y el de la Generalitat, Carles Puigdemont, del pasado mes de enero, el primero confesó abiertamente a su entorno: "Este Puigdemont es un peligro. Se cree que va a poder hacer el referéndum. Debe de estar chalado". Tanto fue así que la Operación Diálogo, que como tal nunca llegó ser real y no pasó de ser un mero espejismo, se empezó a desmontar, convencidos de que con el president Puigdemont no había nada de que hablar, ya que el referéndum y su retirada no iban a formar parte de las negociaciones. En el fondo, la situación vivida este 2017 tampoco es muy diferente de la que sucedió en septiembre de 2012, cuando Mas adelantó las elecciones tras la negativa de la Moncloa a hablar de un simple pacto fiscal; o, más recientemente, respecto a la súbita ruptura que se produjo cuando la Generalitat convocó la consulta participativa del 9-N.

La cuestión central fue, a partir de aquel día, como se miraba de contrarestar "el peligro Puigdemont". La primera línea de trabajo fue destacar que en Catalunya el Gobierno español no tenía interlocutor. Tanto daba que fuera un sofisma, ya que las instituciones catalanas están plenamente vigentes. Era una manera de señalarlo directamente como el gran responsable de la deriva independentista de su Gobierno, destacar su incapacidad para tejer acuerdos con Madrid y, de paso, mirar de aunar esfuerzos y tejer complicidades con el municipalismo no independentista que, fundamentalmente, es del PSC o bien de los Comuns. La segunda línea de actuación estuvo encaminada a dividir el tándem Puigdemont-Junqueras, president-vicepresident. El primero era presentado a ojos del ejecutivo de Rajoy como el intolerante e inflexible; mientras el segundo, como el dialogante e independentista tranquilo. Que el tiquet goce de muy buena salud era irrelevante: la opinión publicada en papel, las radios y las televisiones se encargarían de desmentirlo o matizarlo.

La tercera linea de trabajo era la más fácil: Mas vuelve y será el candidato a la Generalitat. Se enfrenta a más de diez años de inhabilitación, con una fiscalía empujando a fondo para que sea así y el Tribunal Supremo, por las noticias que se filtran, nada orientado a rebajar sustancialmente la condena cuando le llegue la sentencia del TSJC. Pero Mas siempre asusta: a la CUP, a ERC, a los Comuns, a los medios de comunicación, al establishment y, seguramente, a alguno de los suyos. La carpeta Mas, sin embargo, no se puede despachar en un breve apunte y habrá que volver en breve.

La cuarta ofensiva acaba de empezar: ahora el argumento es que Puigdemont está aislado en su propio partido desde que anunció que no iba a ser candidato a la presidencia de la Generalitat; que nadie en el PDeCAT entiende su estrategia para convocar el referéndum; que en el día a día está en manos de ERC y de la CUP; y que engaña permanentemente a sus interlocutores. Vamos, que no es de fiar. 

No deja de llamar la atención: tantos y tantos esfuerzos para un referéndum que siempre se asegura desde Madrid que no se va a hacer. Pero hoy a eso se le llama información.