El resultado de la militancia de Junts per Catalunya apostando por abandonar el Govern independentista y dejar al president Pere Aragonès en el Parlament únicamente con los 33 votos de su partido, Esquerra Republicana, certifica la muerte del procés independentista iniciado en 2012. Veremos si en el futuro un nuevo movimiento político-ciudadano como aquel se vuelve a poner en marcha, algo que, a corto plazo hay que descartar de manera tajante porque los caminos de Esquerra y Junts ya se han bifurcado durante una larga temporada entre reproches, zancadillas y críticas. Algo que a partir de ahora solo crecerá y crecerá convirtiendo en tóxica lo que, a partir de ahora, solo será una relación imposible. ¿En qué mesa se sentarán para hacer avanzar la independencia? Cuando algo se rompe en mil pedazos no hay manera de recomponerlo en mucho tiempo y tengo pocas dudas de que los dos principales partidos independentistas han entrado irresponsablemente en este oscuro túnel.

La muy importante participación de la militancia de Junts en el proceso de decisión de continuar o salir del Govern -el 79,18%- deja pocas dudas sobre cuál es la voluntad expresada por la organización. De 6.465 militantes con derecho a voto han votado aproximadamente unos 5.459 militantes y de ellos unos 2.875 (el 55,73%) lo han hecho dando un portazo a continuar en el Govern de Pere Aragonès. No es, por tanto, una mayoría ajustada teniendo en cuenta que la apuesta de seguir ha alcanzado el 42,39%, o sea, 2.187 militantes. Dicho eso, la victoria tampoco es rotunda por más mensajes internos que se puedan lanzar puertas afuera, ni la unidad que se predica tiene visos de ser real. Las dos almas del partido -la de irse y la de quedarse- han salido vivas para continuar defendiendo dos modelos antagónicos de partido: los más cercanos a un movimiento y los partidarios de una formación política con voluntad siempre de gobierno. Ninguna ha acabado con la otra.

La salida del ejecutivo y la ruptura Esquerra-Junts va a obligar a los segundos a subir varios escalones los decibelios y ampliar la potencia de sus manifestaciones. En el primer ensayo de la nueva etapa, Borràs no se mordió la lengua en una conferencia de prensa: "Junts gana, Aragonès pierde" antes de acusarle de haber fracasado y perdido legitimidad democrática. Un aperitivo, sin duda, de lo que está por venir. Es evidente que Junts va a apostar a fondo por precipitar unas nuevas elecciones en Catalunya remarcando la soledad -algo que es evidente- del president y su minoría parlamentaria. Ante esta segura ofensiva, Esquerra no lo va a tener nada fácil: ha ganado la batalla pero está por ver que sea capaz de ganar la guerra. Si Junts se ha puesto en los últimos meses una soga al cuello que le ha acabado llevando a abandonar el Ejecutivo, Esquerra se ha disparado un tiro al pie mientras disfrutaba de los continuados problemas -y muchos errores- de su adversario político. Difícilmente hay, por tanto, un resumen más gráfico: Junts pierde y Esquerra, también.

Quienes es obvio que ganan, y ganan mucho, son el PSOE de Pedro Sánchez y el PSC de Salvador Illa. Nadie puede creerse en serio que después de la ruptura del independentismo gobernante el siguiente paso de los socialistas no sea sacar a Aragonès del Palau de la Generalitat. Le tenderán un poco la mano, claro está, pero no para darle la estabilidad que necesita sino para evidenciar sus carencias y la falta de apoyos parlamentarios. El PSC sabe perfectamente que tiene una posibilidad que parecía imposible tras los resultados electorales del 14 de febrero de 2021 cuando ganó las elecciones pero ello no le sirvió para conformar un gobierno. Con el viento de cola a favor, una Esquerra débil al haber perdido en tan solo quince meses a Junts y a la CUP; y el partido de Borràs, Turull y Puigdemont con el poco margen que le confiere ser tan solo el segundo partido de la oposición, difícilmente tendrá el PSC otra oportunidad para dar un puñetazo encima de la mesa.

Mucho me temo que no entramos en un período de estabilidad sino, al contrario, que la inestabilidad se va a acelerar y mucho. Hay datos suficientes para pensar que eso es posible y que se ha puesto en marcha un descontrolado proceso político que se puede acabar llevando por delante a muchos de sus principales actores. O, al menos, esa partida se va a jugar.