Hasta la explosión de la televisión y las redes sociales como verdaderos agentes electorales, las campañas se hacían fundamentalmente a partir de los mítines. La asistencia era el principal termómetro de las expectativas electorales. ¡Cuántas campañas han dado un vuelco a partir de una asistencia reiterada y masiva a los actos electorales! Todo esto hoy ha pasado al baúl de los recuerdos, hasta irnos al extremo contrario. Los partidos escogen como mitin del día aquel en el que son mal recibidos por la posición política que abanderan y lo venden como un acto de libertad y de valentía.

Luego no volverán en los cuatro años de legislatura, ni presentarán ninguna iniciativa parlamentaria para la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos. Todo es marketing electoral y bien jugado en la televisión y en las redes sociales se propaga la idea de que estos políticos son unos verdaderos colosos, cuando en realidad la mayoría de las veces son unos imprudentes incendiarios. Albert Rivera ha repetido este domingo en Errenteria la jugada que realizó hace unas semanas con su visita a Altsasu, en un acto electoral en que los asistentes más numerosos eran agentes de la Ertzaintza o periodistas, ya que los simpatizantes no llegaban al centenar.

Allí sube a un escenario, habla de libertad, denigra a los independentistas, asegura que cambiará la ley electoral para que los partidos que no obtengan el 3% en toda España no puedan entrar en el Congreso. También les recuerda, en ocasiones, que acabará con el concierto y el cupo en el País Vasco. Claro que Cs es extraparlamentario en el País Vasco, pero esos votos perdidos los recupera en el resto de España con mucha televisión y fuertes campañas en las redes sociales.

Antes se hacía política o, al menos, se intentaba; ahora se opta directamente por la antipolítica.