Las declaraciones de la vicepresidenta Carmen Calvo apuntando que el Gobierno español no descarta multar al barco Open Arms con hasta 900.000 euros, alegando para esta elevada sanción que no tiene permiso para rescatar, ha provocado una oleada de indignación solo similar a las que provoca el líder de la Liga Norte, vicepresidente y ministro del Interior, Matteo Salvini, en Italia cada vez que abre la boca. Calvo, experta en entrar en todas las refriegas políticas, le llamen o no, y que según los estrategas monclovitas cumple a la perfección su papel de reservar a Pedro Sánchez siempre las declaraciones más amables, ha ofrecido, queriéndolo o no, una imagen del gobierno socialista cruel e inhumana que ofende al sentido común y a los valores que dice permanentemente defender.

Después de la penosa gestión por parte del gobierno español de la crisis del Open Arms, que cuando no ha estado desaparecido ha intentado pasar toda la responsabilidad al gobierno italiano, se esperaba algo más de la vicepresidenta. No una frase que mirada en su literalidad legitima dejar morir a los ocupantes del Open Arms. Actitudes como esta son las que dan alas a la xenofobia que dicen repudiar y no hace sino confundir los discursos del PSOE con los del PP, Ciudadanos o Vox. Quizás está en campaña de una repetición de elecciones generales y dispuesta a rebañar votos de las derechas para acercarse a la mayoría soñada, pero ni aún así son mínimamente aceptables sus palabras.

La biografía de un político se configura a partir de muchas cosas, también de las estupideces o deslices que en un momento u otro ha llegado a decir. Así, a Mariano Rajoy le persiguió desde 2002 que "del Prestige salen unos pequeños hilitos con aspecto de plastilina"; a José María Aznar aún le recuerdan cuando dijo, en 1998, que "he autorizado personalmente contactos con el entorno del Movimiento Vasco de Liberación Nacional"; a José Luis Rodríguez Zapatero su peculiar manera de defender al rey Juan Carlos cuando dijo: "Estoy muy a gusto y muy tranquilo porque tenemos un rey bastante republicano"; a Ana Botella, su "Relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor" al defender la candidatura olímpica de Madrid o a Eduardo Zaplana, que se tenía que hacer rico porque le hacía falta mucho dinero para vivir. Calvo, a la que solo se le conocía su faceta de negociadora que cuenta sus encargos por fracasos, ya tiene su frase para la posteridad.