Hubo un tiempo en España, durante la dictadura franquista, en que el Ministerio de Información era el responsable de controlar la información y la censura de prensa y radio. Desde 1951 en que fue creado, hasta 1977 en que fue suprimido, tuvo únicamente ocho titulares aunque ninguno de sus responsables fue tan famoso y tan polémico como Manuel Fraga Iribarne. Varios editores de diarios han explicado cuál fue su relación con la censura española de aquellos años, así como numerosos artistas y profesionales de la cultura. Cantautores de la Nova Cançó eran escrudiñados permanentemente y sus letras sometidas a una auténtica censura, sobre todo a raíz de la irrupción en espectáculos de amplio formato de artistas como Quico Pi de la Serra, Raimon, Maria del Mar Bonet, Ovidi Montllor y, claro, Lluís Llach.

Recuerdo cómo lo explicaba en uno de sus conciertos de despedida el cantante de Verges, comentando uno de sus temas más exitosos, L'Estaca, que primero fue autorizada por el régimen franquista y después prohibida. Pero cuando quiso aplicarse la prohibición, la canción era tan famosa que era el público quien la tatareaba y la letra se había convertido en un símbolo de oposición al régimen. ¡Cómo le gusta al poder en España prohibir y mandar! En el fondo, los años de dictadura han dejado un lastre a veces imperceptible pero que suele hacerse evidente cuando hay conflicto. Es esa actitud autoritaria, del "ordeno y mando", que ejerce cualquiera que tiene un mínimo poder aunque sea durante un instante. Y que lleva, a veces, a situaciones que rozan el absurdo.

Hemos visto estos días como estos señores jueces que conforman la Junta Electoral Central han decidido que en los medios de la Corporació Catalana de Mitjans de Comunicació (CCMA), o sea, en TV3 y Catalunya Ràdio, no se puede referir uno a los líderes políticos en prisión como presos políticos y a los miembros del Govern residentes en Bruselas como exiliados. Que más da que sea un disparate de la Junta Electoral la decisión, de lo que se trata es de que no se hable de presos políticos y exiliados. ¿Acaso dejarán de ser presos políticos y exiliados porque no se les denomine así? ¿En qué mundo viven esos señores de toga negra, medallas y puñetas?

Una batalla similar se produjo con los lazos amarillos y su prohibición en el balcón del Palau de la Generalitat. La JEC obligó a su retirada y lejos de ganar una batalla la perdió porque hoy en día hay muchas maneras de salir derrotado. Cuando uno acaba haciendo una batalla contra unos lazos amarillos y contra palabras como "exiliados" y "presos políticos" lo menos que le suele pasar es perder el norte ya que la gente escoge su propio camino. La libertad de expresión es exactamente eso: decir las cosas como son y nadie me convencerá de que Jordi Cuixart, Jordi Sànchez, Oriol Junqueras, Carme Forcadell, Jordi Turull, Josep Rull, Raül Romeva, Dolor Bassa y Quim Forn no son presos políticos y que Carles Puigdemont, Toni Comín, Clara Ponsatí, Meritxell Serret, Lluís Puig, Marta Rovira y Anna Gabriel no son exiliados.

La fuerza de la palabra y la verdad no son patrimonio del poder y menos aún si este se ejerce de manera autoritaria.