Cuando Miquel Iceta empezó a trabajar en el Palacio de la Moncloa de la mano del entonces vicepresidente Narcís Serra, el actual presidente Pedro Sánchez, que le ha nombrado este martes ministro de Política Territorial, tenía 18 años. Iceta, en cambio, acababa de cumplir los 30 y, a los pocos meses de llegar Serra como fontanero mayor de la Moncloa, un Real decreto publicado el 21 de junio de 1991 nombraba a Miquel Iceta Llorens director del departamento de Análisis de Presidencia del Gobierno. Empezaba así una trayectoria política ininterrumpida hasta la fecha en que el ya nuevo ministro ha superado lo insuperable: salir sin un rasguño de un gobierno salpicado por los GAL y la corrupción, como fue el del final de un agónico Felipe González en 1996, reflotar un PSC que amenazaba con padecer una más que probable absorción del PSOE en pleno inicio del proceso soberanista... y volver a la Moncloa. En medio, 30 años, justo la mitad de su vida entre partido, del que es primer secretario y Parlament, y siempre en la cocina de los pactos de los socialistas catalanes.

Tiene con Pedro Sánchez más de una similitud biográfica: ambos son lo que se puede considerar en el argot político dos supervivientes ya que se han manejado al límite del abismo y siempre han salido a flote. Otra analogía es que ambos han hecho de la política algo más que un oficio: su única profesión. La tercera semejanza de Iceta no es con Sánchez sino con su sustituto en Catalunya, Salvador Illa. Como el recién dimitido ministro de Sanidad, coge una cartera de aquellas que se podrían denominar marias, la de Política Territorial, que durante un año ha conducido Carolina Darias Sant Sebastián. Muy poca gente debe saber que esta canaria ha sido ministra. Pero la vida tiene cosas curiosas: a Illa le estalló la pandemia, algo para lo que nadie está preparado y él tampoco. O sea, no se sabe con qué situación puede ser que Iceta tenga que vérselas como ministro.

Más allá del perfil del nuevo ministro, que es obvio que obtiene una recompensa de Sánchez por aceptar disciplinadamente la sustitución como candidato a la presidencia de la Generalitat, el verdadero dilema, la verdadera disyuntiva ética, es si un servidor público como es el ministro de Sanidad puede dejar el cargo en pleno pico de la pandemia en España porque se ha considerado que es el que está en mejores condiciones de obtener para el PSC un buen resultado electoral. Después lo logrará o no pero no ha sido cesado por su pésima gestión -momentos ha habido estos últimos tiempos para que así fuera- sino premiado más allá de los desastrosos datos que ofrece España sobre la Covid-19 entre los países de su entorno, liderando un ranking con las peores cifras.

Pero Pedro Sánchez no lo ve así y, a lomos de lo que considera el efecto Illa, lo promociona para ganar la Generalitat. Es legítimo. ¿Pero es ético? ¿Los intereses de partido por encima de los intereses de los ciudadanos? ¿El partido por encima del gobierno? No parece lo más honesto ni tampoco lo más patriótico sino una acción cortoplacista tan propia de su presidencia en que no hay más interés encima de la mesa que el suyo particular. Como no hay acuerdo que sea capaz de cumplir, cabalgando sobre el engaño permanente a sus socios, aliados o interlocutores, con una frivolidad desconocida. Y eso que uno en política a veces puede llegar a pensar que lo ha visto todo. Pero del nivel de violación de un acuerdo como el de la mesa de diálogo con Catalunya hay pocos precedentes.

Pero, bueno, hasta la fecha nada le ha pasado factura. Veremos si en las elecciones del 14 de febrero, Sánchez, Iceta e Illa se han sacado el 155 que llevan a sus espaldas y su alineamiento con la supresión de la autonomía catalana en octubre de 2017. O, por el contrario, esto ya forma parte del pasado.