Situados en la torre de cristal que debe ser la sede de la calle Ferraz y con el espadachín Antonio Hernando en la Carrera de San Jerónimo, como gran telonero y siempre bien dispuesto, como ha demostrado, a atender a quien manda en el partido, el PSOE fue incapaz de ver como se hacía de grande la bola para impedir que el ex ministro del Interior Jorge Fernández Díaz fuera designado presidente de la comisión Constitucional del Congreso. No les gustaba pero consideraban que el tema tampoco iría a más. Su argumentario era sencillo: hay una tradición en el Congreso de que una vez realizado el reparto de presidencias de comisiones, el partido proponente designa un candidato y éste no tiene votos en contra. Así ha funcionado desde 1977, sostenían en el PSOE. Mientras el PP callaba. ¿Para qué tenía que hablar si el PSOE le hacía el trabajo sucio?

El PSOE, sin embargo, olvidaba dos cosas en medio del alud en el que quedó sepultado: nunca se había propuesto para presidir una comisión un ministro que acaba de ser reprobado por el Congreso de los Diputados y, lo que es más importante, Podemos no participa de los códigos implantados cuando ellos no estaban y el exministro del Interior tiene también cuentas pendientes con ellos, no solo con el independentismo catalán. Pese a todo, Hernando aguantaba impasible y, eso sí, empezaban a escucharse voces en sus filas muy críticas.

Este miércoles, Pedro Sánchez hizo un disparo en toda la línea de flotación: los socialistas no podían situar al frente de la comisión Constitucional a Fernández Díaz y lo que debían hacer era exigirle su dimisión. Aún no eran las 9 de la mañana y la partida iba a girar por completo. El ex secretario general del PSOE había hecho diana instantes después y los socialistas empezaban a recoger el carrete de aquello que ellos solitos habían contribuido a alimentar. El Partido Popular se encontraba a media mañana que su socio, temeroso, se echaba atrás, Ciudadanos hacía lo propio y no podía mantener a Fernández Díaz como candidato. Empezaba entonces un peregrinaje del PP por otras comisiones del Congreso intentando recolocar al ex ministro como presidente, como, por ejemplo, en la del Tribunal de Cuentas.

A aquellas horas ya ningún grupo político significativo le iba a dar apoyo. El PP vivió así varias reuniones, alguna muy tensa con el PSOE. Al final, los populares desistieron y recolocaron al ex ministro al frente de la comisión de Peticiones, una comisión no legislativa, que carece de actividad política significativa y de la que más de una vez los diputados se han planteado su eficacia. Tanto es así, que en estos momentos es un mero buzón de sugerencias de los ciudadanos. Pero eso sí, tenía una ventaja: no se tenía que votar la presidencia.