En un mundo como el de la política, en que todos los que aspiran a alguna cosa esconden sus intenciones, la irrupción del profesor Jordi Graupera en la batalla de Barcelona es una triple bocanada de aire fresco. En primer lugar, porque remueve las aguas estancadas del independentismo en la capital catalana con su propuesta de primarias abiertas que superen el marco estricto de los partidos con sus propios candidatos encabezando listas hacia una previsible derrota. En segundo lugar, por su capacidad por esbozar propuestas innovadoras en aspectos abandonados y muy concretos, como la investigación y la enseñanza, y otros mucho más etéreos, aunque imprescindibles, como el liderazgo y la capitalidad.

Finalmente, porque la presentación de su candidatura en dos tandas en el teatro Victòria para poder complacer a todos los asistentes, que desbordaron el aforo, refleja que, si se hacen bien las cosas, la alternancia puede ser posible en la capital catalana. En una batalla electoral que, por otro lado, va a acabar siendo apasionante, ya que, además de Ada Colau, es más que probable que Inés Arrimadas acabe siendo el cartel electoral de Ciudadanos. La jefa de la oposición en el Parlament ya ganó en la capital catalana en las recientes elecciones del 21-D y su popularidad es muy alta. Si aglutinara otra vez el voto del españolismo, sería una candidata a tener muy en cuenta.

Graupera tiene por delante un camino nada fácil, sobre todo porque no es nada seguro que las formaciones independentistas acepten fórmulas de participación que no van a acabar controlando en unas primarias abiertas. Además, los últimos meses han dejado señales más que evidentes de desgarros personales y políticos entre Junts per Catalunya, PDeCAT y Esquerra. Por no decir que los republicanos, a los que alguna encuesta les otorga incluso la victoria en solitario, tienen ya muy enfocada su campaña. Aquí, Alfred Bosch ha hecho un buen trabajo en el Ayuntamiento, pero quedar deslumbrado por los sondeos después de las últimas experiencias electorales es un riesgo demasiado alto. Junts per Catalunya debería comprar la fórmula sin muchos problemas, como ya ha hecho Demòcrates. El PDeCAT, aunque tiene sus propias primarias, también debería acabar convergiendo.

Todo lo que sean proyectos amplios y transversales que superen la parálisis de Barcelona y la ausencia de un liderazgo claro en los debates que tienen planteados ciudades de la dimensión de la capital catalana, no solo va a ser bienvenido, sino que puede volver a situar a la ciudad en primera línea. Por ello, en estos momentos es más importante el vehículo —las primarias— que el conductor y tiempo habrá para que los independentistas barceloneses escojan su candidato si la fórmula acaba prosperando.