En la isla italiana de Ventotene, frente a la ciudad de Nápoles, célebre porque a principios de los años 40, durante el período fascista, fueron confinados numerosos antifascistas de diferentes tendencias ideológicas, como Sandro Pertini, que llegaría a presidente de la República Italiana, se han reunido para repensar Europa la canciller Angela Merkel, el presidente François Hollande y el premier italiano, Mateo Renzi. Aún desconcertados por el Brexit británico, los líderes de Alemania, Francia e Italia miran de armar un cinturón de seguridad que mantenga vivo el proyecto europeo, al tiempo que dan respuesta a la grave crisis de la inmigración y el auge de las fuerzas populistas en sus respectivos países. No en vano Francia tendrá presidenciales el año próximo –no es seguro que Hollande, o quien quiera que sea el candidato socialista, pase a la segunda vuelta de las presidenciales–, en Alemania, la popularidad de Merkel ha caído fuertemente este verano por la crisis de los refugiados y los ataques terroristas, y también se celebrarán elecciones en el segundo semestre del próximo año y, finalmente, Italia celebrará elecciones en el 2018.

Un cuadro de por sí complicado sin la carpeta del Reino Unido pero absolutamente maquiavélico con el conflicto encima de la mesa. Europa aún tiene que decidir, más allá de las declaraciones, cual es realmente su política ante un Reino Unido que una vez adoptada la decisión del Brexit parece querer jugar sus cartas con tranquilidad, sobre todo para que la decisión tenga a corto plazo el menor riesgo posible para ellos. También para calibrar los daños colaterales que puede sufrir en Escocia e Irlanda del Norte, donde ganó la permanencia en la Unión Europea.

Son todos ellos temas de enorme interés para Europa, pero también para España ausente de la cumbre de Ventotene. Es lógico que se haya querido transmitir la idea, por parte del gobierno español, de que la ausencia del presidente del gobierno obedece a la interinidad política existente. Eso es, simplemente, una excusa, ya que la provisionalidad quizás no ayuda pero tampoco cierra puertas. La cuestión es mucho más profunda y tiene que ver con la pérdida de peso político en el escenario internacional. El ministro Margallo ha llevado a cabo una política demasiado errática durante los últimos cuatro años y lo que eran históricamente puntos fuertes de la política exterior española como, por ejemplo, la isla de Cuba u Oriente Medio, han pasado a ser dos carpetas normales. Y eso sí que es para el futuro un problema grave para España.