Aunque no estamos en período electoral y tampoco comparto la opinión de los que aseguran que el referéndum catalán será sustituido a la vuelta del verano por unas elecciones catalanas, autonómicas o constituyentes, ya que aún faltan muchos capítulos del procés por escribir, es absolutamente normal que los partidos utilicen estos meses para expresar ante la sociedad también musculatura organizativa. Lo han hecho algunas formaciones políticas últimamente a través de la celebración de sus respectivos congresos y la reafirmación de sus liderazgos, como han sido los casos de Mariano Rajoy y Pablo Iglesias y lo será antes del verano en la convención socialista que debe o no encumbrar a la timorata Susana Díaz al liderazgo del PSOE. Este sábado, ha sido Esquerra Republicana la que ha protagonizado un ejercicio de músculo político, reuniendo a más de 4.000 personas en defensa de la república catalana y el referéndum. Un acto de partido con invitados extranjeros notables, el padre de la constitución de Eslovenia, Peter Jambrek, y el presidente del Parti Québécois, Jean-François Lisée.

A Esquerra las encuestas le otorgan desde hace tiempo una posición de ventaja electoral en Catalunya que se basa, fundamentalmente, en dos coordenadas: un liderazgo indiscutible, Oriol Junqueras, y una posición cada vez más central en la política catalana. A eso cabría añadir un tercer elemento, que se destaca poco, pero que es igual de importante: una organización comandada por Marta Rovira, engrasada, piramidal y disciplinada, que huye de cualquier conflicto interno, una circunstancia realmente novedosa en la historia del partido republicano. Y una cuarta seña de identidad: poco a poco ha dejado de ser aquel partido acomplejado e introspectivo que solo podía hablar de sí mismo y para los suyos. Así, por ejemplo, no es extraño que una de las grandes ovaciones de la tarde se la pudiera llevar el president de la Generalitat, Carles Puigdemont.

El acto del Centre de Convencions Internacional de Barcelona y el título puesto por los organizadores, "El país que volem", ha tenido esta mezcla de partido sin aristas: lenguaje centrista, un punto desideologizado donde caben todas ellas, desde la democracia cristiana hasta la izquierda llamada excomunista, y brazos abiertos a todos los que se quieran sumar al proyecto político, desde refugiados a inmigrantes. Una apuesta comunicativa fuerte y transgresora con Junqueras interpelando directamente a Rajoy en castellano -algo impensable hace muy poco tiempo y que con seguridad dará juego en las televisiones y radios españolas- y ofreciéndole un diálogo sincero y las mejores relaciones bilaterales. Todo ello a partir de un cóctel político que precisa de tres ingredientes: democracia, derechos civiles y sociales y las urnas. Las urnas prohibidas. El gran caballo de batalla de los próximos meses y donde se jugarán, con seguridad, los liderazgos futuros del país. Y no solo el de Junqueras, que ya está en el centro para lo bueno y para lo malo, de aquí y de Madrid. También el del nuevo PeDeCat, una vez Puigdemont ha dado un paso al lado y Mas se ha movido, y el de Ada Colau, protegida -¿durante cuánto tiempo?- en el Ayuntamiento.