Que el ex ministro de Sanidad y candidato del PSC, Salvador Illa, se negara a realizarse un test diagnóstico de antígenos antes del debate de TV3, como había solicitado el comité de empresa a todos los candidatos, ha sido una decisión de mucha mayor trascendencia de la que su propio equipo podía sospechar. Primero, porque los otros ocho candidatos se hicieron la prueba sin ningún problema y desconociendo que uno de los participantes se había negado a ello. Pero, en segundo lugar, lo que es más importante: ¿por qué no se la quiso hacer? Y sobre este particular, el ex ministro no ha dado una explicación clara. Al contrario, ha sido más bien confuso a la hora de hablar del protocolo sanitario y de que no está contemplado realizar pruebas en estos casos ya que no presenta síntomas ni ha estado en contacto con ningún positivo. Nada diferente a los otros ocho candidatos que se sometieron sin mayores problemas al test del coronavirus. La manera esquiva como ha contestado Illa ha generado una duda razonable -que la campaña, como es normal ha amplificado- sobre si hay motivos ocultos. E, incluso, si se habría vacunado.

Illa debe aclararlo y es exigible que así lo haga para aparcar un tema que se puede contestar rápidamente con un sí o con un no. Sobre todo, porque el silencio no hace más que dar pábulo a pensar alguna cosa rara y a lo mejor tan solo se trata de falta de reflejos de su equipo de campaña. En un momento que ha habido vacunaciones de políticos, militares y sacerdotes, que no eran preferentes, y han utilizado su influencia para alterar el orden lógico, Illa debe una respuesta que es muy sencilla a la opinión pública catalana.

Como también debe una explicación la Casa Real sobre su decisión de enviar a la heredera al trono de España a estudiar el bachillerato en un internado de Gales, en el Reino Unido. La noticia era tan jugosa que un kyron  -rótulo- sobreimpresionado de Televisión Española (TVE) decía: "Leonor se va de España, como su abuelo [Juan Carlos I]". La administradora del ente, Rosa María Mateo, se disculpó, pero lo cierto es que el periodista dijo en muy pocas palabras una obviedad. No deja de ser extraño que la monarquía española se lance un día sí y otro también piedras encima de ellos mismos. Ni era el momento, ni es el sitio. El mal momento, a la vista está. Con el abuelo fugado de España por supuesta corrupción, cuantas menos noticias como esta mejor. Los tiempos han cambiado y, al menos, habrían tenido que tener la sensibilidad de esperar un poco a ver si la crisis económica actual se reduce un poco. En segundo lugar está la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea con el Brexit, algo que deja a la monarquía española en muy mal lugar en lo que respecto a su lealtad europeísta. Pero es que, además, en Gales triunfó ampliamente el no el referéndum sobre la permanencia en la UE, cosa que no sucedió en Escocia o en Irlanda del Norte.

El tercer actor de la campaña está siendo la Fiscalía. No por lo que ha hecho sino por su actitud cuidadosa y sin interferir en la campaña con la semilibertad de los presos políticos que salieron con tercer grado el pasado 29 de enero. Está haciendo lo correcto, sí, pero es tan extraño que acaba siendo una novedad. Quizás alguien ha recomendado prudencia hasta el día 15 para que un movimiento contundente no acabe actuando como un bumerang en la operación del estado para derrotar al independentismo y poder acabar con un gobierno de Junts y Esquerra. Nada pasa por azar, otra cosa es que suceda por error, y en temas como este, el PSOE no es tan chapucero como el PP. Que se consiga el efecto sin que se note el cuidado, que decía Felipe V.