Ninguna sorpresa y, por ahora, todo según lo previsto. Una gran demagogia populista ha tomado posesión de la Casa Blanca de acuerdo con el resultado electoral del pasado mes de noviembre y el nuevo presidente de EE.UU, Donald Trump, ha aprovechado sus primeras horas como gran líder mundial para demostrar a todo el planeta que no está dispuesto a cambiar. El comandante en jefe de la primera potencia planetaria respondió a las expectativas sin alejarse lo más mínimo de la demagogia que le llevó al triunfo en las urnas. El pueblo de EE.UU. vuelve a controlar el gobierno, dijo, en el primer discurso tras su toma de posesión. La naturaleza, siempre sabia, acogió sus primeras palabras con una lluvia que cesó cuando dejó de hablar.

Lo cierto es que nunca un presidente norteamericano había accedido a la Casa Blanca en medio de tan honda preocupación en las cancillerías del mundo entero. Y eso que el puesto lo han ocupado algunos presidentes con expectativas muy bajas -como Ronald Reagan-, que tuvieron que dimitir -Richard Nixon- o que resultaron una perfecta calamidad -Jimmy Carter o George W. Bush-. Pero pese a ello, la sociedad norteamericana había sabido pasar página tras la elección presidencial y había otorgado la confianza al recién llegado, empezando por una fría acogida frente al Capitolio. Nada que ver con la masiva asistencia de la primera toma de posesión de Barack Obama, a la que acudieron más de 1,2 millones de personas. Este espacio languidecía este viernes en medio de un cierto boicot popular y también político.

La presidencia de Trump sitúa a los Estados Unidos en una posición incómoda con sus aliados y, obviamente, a estos con la Casa Blanca. No ha dado muestras hasta la fecha el nuevo presidente de querer tejer alianzas sino al contrario, de agradar al electorado más nacionalista que lo que espera es un repliegue de su país en sus problemas interiores. A partir de hoy, Trump, que sobre todo ha sido juzgado por sus palabras siempre estrafalarias, podrá ser juzgado por sus hechos.