El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, podía escoger entre dos discursos para la sesión de investidura: el programático, en el que se acostumbran a detallar, muchas veces de manera farragosa, los objetivos de la legislatura, los proyectos de ley que se piensan presentar y una mínima orientación ideológica-estratégica de los próximos cuatro años; o bien, una intervención mucho más superficial, autocomplaciente pero contenida, sin aristas hacia los que van a ser sus ¿leales? compañeros de viaje, Partido Socialista Obrero Español y Ciudadanos. Unos aliados que van a tener trabajo, sobre todo los primeros, para defender en la tribuna de oradores su apoyo y su cambio súbito de voto. Pero como esto no será hasta el sábado, los socialistas aún tienen tres días para seguirse peleando y lanzando mensajes a los díscolos.

Rajoy es un político experto, que se maneja con eficacia en la tribuna de oradores. Sabía a lo que subía y no se salió del guión. No adquirió ningún compromiso irreversible y se mostró dispuesto a hablar de todas las temáticas en las que pueden estar interesados PSOE y C's. A hablar, eso sí, sobre cuatro premisas: el gobierno del PP ha hecho muy bien las cosas en los últimos cinco años (cuatro, más los últimos diez meses de regalo); hay que cumplir los compromisos con Europa, que pide nuevos recortes económicos para mantenernos en la senda de la estabilidad presupuestaria; su voluntad era un gobierno sólido que garantizara la gobernabilidad y la estabilidad y el resultado está muy lejos de su objetivo, una manera nada alambicada de advertir que no le tendrían que forzar a unas nuevas elecciones; y, finalmente, Catalunya o el reto secesionista, como lo llama últimamente.

En este último tema no hubo propuestas nuevas, ni tampoco la más mínima voluntad de abrir ningún horizonte de negociación. En todo caso, hemos pasado de una obligada ignorancia de la cuestión para tratar de minimizar el tema, a considerarlo el reto más grave que tiene España. En todo caso, sorprende que para solucionarlo deje como única salida a la otra parte volver a la agenda autonómica y empezar a hablar de una nueva financiación autonómica. Eso y una conferencia de presidentes autonómicos en el Senado. Quizás por ello, en la primera votación de este jueves le votarán tan solo once de los 47 diputados catalanes en las Cortes y el sábado volverán a ser tan solo once. Algo que debería hacer reflexionar y mucho en Madrid porque no hay peor ciego que el que no quiere ver.