Cuando en 2009 el escritor Quim Monzó dijo en un coloquio con el expresident Jordi Pujol que la lengua catalana llevaba camino de convertirse en un dialecto del castellano todo el mundo lo atribuyó a dos cosas. Por una parte, al carácter de provocador permanente que tiene el brillante escritor cada vez que interviene en un debate público.Y, por la otra, a su escepticismo a veces, y pesimismo en otros casos, ante la posibilidad que los poderes públicos puedan o quieran revertir una situación que ha provocado un empobrecimiento del catalán en la calle y en los medios de comunicación. Concluía Monzó que la gente ahora se identifica con una lengua llamada bilingüismo.

Han pasado diez años de aquel diagnóstico de quien, sin duda, es el más brillante, irónico e irrepetible de una generación excepcional de escritores catalanes y el catalán está como está. Adaptándose mal al multilingüismo escolar y social y perdiendo importancia como lengua vehicular. Muchas han sido sus razones y, algunas, seguramente las más importantes, son las políticas. Si durante la dictadura hubo un partido que hizo todo lo posible para que entre las clases populares el catalán fuera percibido como un ascensor social este fue el PSUC. También estuvo el PSC, pero ninguno se batió el cobre entre aquellos sectores trabajadores como el PSUC.

Después llegó, con el final del siglo XX y el inicio del XXI, un crecimiento rampante del españolismo y un desacomplejamiento a la hora de atacar la inmersión lingüística de la mano de Ciudadanos. Porque ahora que Ciudadanos ya no es casi nada, hay que empezar a recordar lo que fue, el contenedor donde se dieron cita personas de ideologías muy diversas pero con una única obsesión, el catalán. A la formación de Albert Rivera rápidamente se unieron los dirigentes del PP que no pudieron resistir el tsunami que les venía por delante. Los jóvenes leones joseantonianos eran más beligerantes que el PP con el catalán y el catalanismo y, en pocos años, les robaron la cartera hasta convertirlos en una formación marginal.

Curiosamente, la pérdida de peso de Cs y PP en Catalunya podía servir para desactivar una carpeta tan electoralista como la lengua. Y es ahí, justo ahí, cuando el nuevo PSC que pilotan desde el Parlament Miquel Iceta y Eva Granados y, desde la siempre decisiva secretaría de Organización, el influyente Salvador Illa, han acordado que no va a ser así y han decidido llevar a su próximo congreso la propuesta de una nueva política lingüística para la enseñanza en Catalunya que rompe con la inmersión. Dinamitar la inmersión. El paso de los socialistas es muy peligroso para el catalán, que, se mire como se mire, sigue siendo la lengua más débil en Catalunya. Difícilmente se puede hablar de igualdad cuando las dos lenguas no necesitan las mismas ayudas y todo lo que no sea situar al catalán en preeminencia es arrastrarlo irremediablemente a la marginalidad.

No hay desde este punto de vista medias tintas. O se le otorga al catalán una obligada preeminencia o el vaticinio de Quim Monzó se cumplirá incluso mucho antes de lo que él pensaba.