Ha bastado tan solo que el nuevo gobierno de Pedro Sánchez dijera tras la primera reunión del Consejo de Ministros que se levantaba el control de las finanzas de la Generalitat para que una ola de indignación procedente de las Españas se hiciera presente. Poco importante era que el anuncio fuera una obviedad, ya que desde el pasado sábado en que tomó posesión el Govern, el Ejecutivo catalán, el artículo 155 ya no está vigente. Se trataba, por parte del españolismo y de sus conductos mediáticos, de hacer evidente una falsedad disfrazada de verdad: que Sánchez empezaba a pagar el peaje de su investidura a los partidos independentistas. Y, también, de demostrar que el armazón estructural de la vida española no va a aceptar ningún tipo de negociación con el independentismo catalán. Y, para ello, lo mejor es ponerse manos a la obra cuanto antes.

El gobierno de la ceja 2.0 en los asuntos sociales, de la UE en asuntos económicos, andaluz en asuntos de financiación autonómica, de Ana Rosa y Telecinco en materia cultural, y de la derecha en asuntos policiales, tiene en Josep Borrell su referente en política catalana. Muy clarita fue en su exposición la ministra portavoz María Isabel Celaá, titular de Educación, que consideró a Borrell "un faro para el gobierno en los asuntos relacionados con Catalunya".  Cierto que hay dos tipos de faros, los que funcionan y unos pocos que no, como el de Barcelona, reconvertido en la Torre del Reloj en 1911. Quizás, Borrell es de los segundos, porque si no es así mal puede casar como guía de la política gubernamental alguien a quien el president Carles Puigdemont ha considerado, literalmente, un ultra.

Que Madrid quiera marcar terreno se antoja normal pero cualquiera de los otros miembros del Consejo de Ministros puede llegar a valer, empezando por Meritxell Batet. Pero parece evidente que la Moncloa le tiene verdadero pánico a que el gobierno sea acusado de venderse al independentismo, cosa que es sabido que nunca hará y por lo que será igualmente señalado. Las navajas de PP y Ciudadanos ya están más que afiladas para la ocasión.

A todo esto, Quim Torra y Pedro Sánchez ya han hablado y han quedado que hablarán. Diálogo vuelve a ser la palabra de moda y que todo el mundo repite. Y, en el fondo, no deja de ser España una rareza cuando algo tan elemental como hablar puede incluso ocupar un titular. ¡Qué pasará si un día incluso se negocia!