La derrota del Fútbol Club Barcelona en la final de la Copa del Rey sumada a la estrepitosa eliminación de los blaugranas de las semifinales de la Champions frente al Liverpool en el estadio de Anfield pone punto y final a una temporada mediocre en el terreno de juego y que debería acabar con el ciclo bajo la batuta de Ernesto Valverde. Dos tropiezos seguidos en unas pocas semanas confrontan al club con la realidad: la falta de liderazgo en el banquillo y en el palco han desdibujado una plantilla que sigue ganando en muchas ocasiones por inercia pero que necesita pensar con urgencia en personas que saquen al club del peligroso aburrimiento en el que está cayendo.

 Al final, todas las estructuras padecen esta sensación de apatía en la que está instalada el club que ha ido perdiendo identidad en el campo al tiempo que se difuminaba también una idea de club entre la sociedad catalana hasta hacerse en muchos aspectos irreconocible. Solo a partir del reconocimiento de que muchas cosas se están haciendo mal desde hace demasiado tiempo se puede aspirar a darle la vuelta a la situación actual. ¿Sino, cómo se entiende que, después de la derrota del Villamarín, la frase más repetida por comentaristas y aficionados fuera que al menos serviría para hacer cambios en el banquillo y remover a fondo una plantilla que nadie ha sabido motivar en la recta final de la temporada dos años seguidos? 

Pero si el máximo responsable del equipo, además de los jugadores, es el entrenador, no sería justo dejar fuera de este pequeño comentario a la junta directiva empezando por su presidente. La temporada en este aspecto empezó con una afrenta que aún no se ha corregido y que consistió en desplazar a golpe de decisión arbitraria al president de la Generalitat de su puesto preeminente en el palco. Se trata de una norma que regía desde que llegó Tarradellas y que se mantuvo con Pujol, Maragall, Montilla, Mas y Puigdemont y que ahora se ha suprimido para pasar a presidirlo directamente Josep Maria Bartomeu. No es una decisión menor ya que es posible que evite algunos problemas políticos, pero genera otros preocupantes de descatalanización del club. Todo eso en un momento en que la situación política es la que es, como refleja el hecho de la existencia de presos políticos y exiliados.

Hoy, sin ir más lejos, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras encabezarán las candidaturas de sus respectivas formaciones en las elecciones europeas. La historia reciente del club es bastante inapelable: los mayores éxitos han llegado de la mano de presidentes que entendían que el Barça era más que un club, no un club más. Pero también con entrenadores y jugadores comprometidos con una idea de club y de juego pero también con el país, con sus personas, con sus símbolos, con su lengua y con su cultura. No deja de ser llamativo en este aspecto que Pep Guardiola luzca a menudo en Manchester un lazo amarillo de apoyo a los presos políticos y que en el Camp Nou esto sea imposible de ver. Ciertamente, una clara disfunción entre lo que piensa una parte muy importante de la grada y sus representantes públicos.

Hará falta determinación, lucidez y coraje si se quieren arreglar tantos estropicios.