Después de tres días de debate intenso que ha incluido la hibernación definitiva de Convergència, la rebelión de las bases de la organización para hacer un nuevo partido más horizontal y más participativo, el cuestionamiento del grupo de cargos intermedios y algunos que no lo son tanto, y, finalmente, la creación del Partit Demòcrata Català, el balance de la primera parte de la compleja operación de desconexión de lo viejo a lo nuevo cabe darlo por concluido.

Transformar e interpretar esta expresión de mayor democracia va a ser sin duda la asignatura más importante del PDC en las dos próximas semanas. Las que van entre el congreso celebrado entre el viernes y este domingo y el de dentro de quince días. El desenlace para hacer creíble que las formas del pasado han quedado atrás debería ser la presentación de más de una candidatura que disputara sin cortapisas la elección de 12 miembros de la Direcció Executiva, habida cuenta de que la presidencia de Artur Mas cuenta con un apoyo prácticamente unánime.

Si éste será el primer signo del cambio, el segundo deber que tiene por delante el PDC tiene que ser el rol que desempeña el president de la Generalitat, Carles Puigdemont. Refugiado deliberadamente en su papel institucional, Puigdemont apuesta por ser un militante a secas y que el partido le acompañe en el cambio de rasante en la política catalana que impulsará a partir de septiembre. No es que no se sienta cómodo con un anclaje oficial del partido como independentista y republicano, sino que siente que necesita libertad total para que Esquerra primero y después la CUP se integren en su hoja de ruta. De ahí también que el president no quisiera ser la estrella de la clausura del congreso y midiera muy bien el tono, marcadamente institucional, de sus palabras.

Finalmente, al PDC le queda como deber importante el de recuperar credibilidad. Dar sentido a la fundación de un nuevo partido. Generar una nueva ilusión en los cientos de miles de votantes que habían apostado por CDC y que hoy se han desperdigado en otras formaciones políticas y que no tienen porque volver si no perciben que la nueva organización aporta una propuesta mucho más atractiva. A favor tienen que el mapa político catalán no parece estar definitivamente asentado. En contra, que lo nuevo para ser realmente nuevo tiene que estar alejado de lo viejo. Y muchas veces las inercias acaban pudiendo más que las voluntades.