Cincuenta días se han cumplido ya desde las elecciones del pasado 26 de junio y España sigue con un gobierno en funciones, un candidato propuesto por el Rey que no ha comunicado a la presidenta del Congreso cuando se someterá a la sesión de investidura y unas negociaciones entre PP y Ciudadanos aplazadas hasta que transcurran los calores del tórrido agosto. No deja de ser curioso que mientras se predica la necesidad de acordar un gobierno lo antes posible, se pospongan las reuniones hasta bien entrada la tercera semana de agosto.

Lo cierto es que, más allá de todo el ruido ambiental que comporta una investidura a presidente del gobierno, la situación sigue y seguirá bloqueada si no cede en su 'no' el PSOE. Los 169 escaños del PP tras la entrega de las 32 actas de Ciudadanos a cambio de unas exigencias mínimas no llegan a 176. La llave sigue siendo de Pedro Sánchez que resiste, aparentemente, las presiones de la vieja guardia socialista. La pregunta sin respuesta sigue siendo, ¿hasta cuándo? 

Rivera le ha pedido que lo haga por el bien de España, González y Guerra le han acusado de bloquear cualquier solución y Rajoy se ha cansado del maltrato recibido. Por más que una parte del PSOE esté por un armisticio con el PP, la cuestión no parece tan sencilla. Entre otras cosas porque Sánchez y su grupo dirigente creen a pies juntillas que deben oponerse 'por el bien de España'.

Curiosa situación esta en la que unos y otros se tiran el patriotismo a la cara, mientras los programas electorales permanecen guardados en el fondo de un cajón. Y sólo lo abandonan cuando la exigencia del guión lo hace imprescindible. Pero ese momento aún no ha llegado. Y Rajoy y Sánchez siguen en su laberinto. Y Rivera, mientras tanto, presto para la foto.