Pues claro que en política los gestos son importantes. A veces, incluso, tan importantes como los hechos. Cuando José Luis Rodríguez Zapatero asumió la presidencia del Gobierno, en 2004, ¿qué fue lo primero que hizo? Anunciar la retirada de las tropas españolas de Iraq, después de las enormes manifestaciones contra la guerra y los trágicos atentados de Atocha. Y, en 2011, cuando llegó Mariano Rajoy a la Moncloa, ¿cuál fue el primer mensaje a la opinión pública? El mayor recorte de gasto público de la historia de la democracia y un sustancial aumento del IRPF en todos sus tramos. Zapatero y Rajoy querían mandar sendos titulares a la opinión pública: ZP, el presidente que sacó a España de la guerra; y Rajoy, el presidente que rescató a España de la crisis.

Estos dos ejemplos marcaron el arranque de sus presidencias y sus prioridades. Seguramente sirven también para analizar el que quedará para el futuro como el primer gesto del presidente Pedro Sánchez: el anuncio de Josep Borrell como ministro de Asuntos Exteriores, singularizando su nombramiento en primer lugar y alejándolo del resto de fichajes del nuevo Gobierno. Tan singular fue su designación que, desde la Moncloa solo se confirmó durante toda la jornada la decisión del presidente, y, además, se difundió que Borrell había entrado en contacto con el ministro de Asuntos Exteriores en funciones, Alfonso Dastis, para un traspaso ordenado de la cartera ministerial.

Solo a los neófitos o a los cándidos puede sorprender el futuro nombramiento de Borrell. El político de La Pobla, simpatizante de Societat Civil Catalana, atesora una serie de valores unionistas que en estos momentos cotizan muy al alza en Madrid y que Sánchez, con su votación en la moción de censura, necesita quizás recuperar lo más rápidamente posible. Martillo, como ningún otro socialista, del independentismo, y practicante de una dialéctica que raya el insulto, como en la campaña electoral del 21-D, cuando no dudó en vejar a los soberanistas hablando de la necesidad de desinfectar Catalunya. Por otro lado, todo un guiño a Esquerra Republicana y al PDeCAT, que le votaron para alcanzar la presidencia del gobierno español. Es posible que Pedro Sánchez sea el presidente de la distensión como algunos dicen (y sobre todo, desean). Pero nombrar a Borrell no es tan solo una provocación a los 17 diputados independentistas catalanes. Es una tomadura de pelo.

Al menos, los muy discutidos votos de Jordi Pujol a José María Aznar en 1996 sirvieron para poner en el congelador a Vidal-Quadras. La política siempre es a cambio de algo. Si no, no es política. Es otra cosa.