Pese a la electricidad que desprendía el choque parlamentario entre el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, y el diputado de Esquerra Republicana Gabriel Rufián, no estaríamos hablando del mismo si no fuera por dos circunstancias colaterales al debate. La primera, la expulsión del hemiciclo del diputado republicano por parte de la presidenta del Congreso, Ana Pastor; y la segunda, la acusación del ministro que un diputado de ERC le había escupido. Es cierto que Rufián protestó airado por la intervención de Borrell, una vez este manifestó que sus palabras eran "una mezcla de serrín y estiércol, que es lo único que es capaz de producir" ante el aplauso de una parte importante de la Cámara. De eso a que la expulsión fuera la medida adecuada hay un abismo, ya que la presidencia nunca acostumbra a llegar a ello. Sobran dedos de una mano a la hora de repasar los ejemplos en que se ha adoptado una medida disciplinaria similar.

La cosa hubiera podido quedar aquí, pero para Borrell no era suficiente. Tenía que elevar el nivel de la confrontación y así lo hizo. Con Rufián se fueron del hemiciclo sus compañeros del grupo parlamentario y el ministro, al pasar uno de ellos por delante suyo, hizo como si le hubiera escupido. Así lo evidenció con gestos y así lo manifestó fuera del hemiciclo. Lo cierto es que tan solo él lo vio y de las decenas de fotógrafos que había en aquel momento en el interior del Congreso y que no se perdían detalle, ninguno, repito: ninguno, ha validado su versión. Es más, todos los que han hablado a través de las redes sociales ha sido para decir que no era verdad y que no habían encontrado nada al repasar su material gráfico. Era una fake news, algo a lo que el ministro nos tiene acostumbrados, pero también era algo mucho más grave. Una mentira en sede parlamentaria.

El hecho de que no sea la primera vez no le resta gravedad. Es verdad que Borrell cuenta con una especie de bula parlamentaria ya que además del apoyo de los diputados de su grupo parlamentario, el PSOE, sale indemne de las críticas con el apoyo tanto de Ciudadanos como del PP. El ejemplo más evidente fue la reprobación que hubo en la Cámara del uso de información privilegiada en la venta de unas acciones familiares de Abengoa, de cuyo consejo había formado parte. Los tres grupos taparon al unísono el escándalo, una situación que no se ha dado, lógicamente, en otros ministros.

Mintió en aquel caso, ha mentido en las explicaciones que ha dado en el extranjero sobre los sucesos del 1 de octubre, ha mentido a la hora de relatar la violencia policial, se ha reído de la cárcel de los presos políticos catalanes, ha ironizado sobre la arquitectura mental de Oriol Junqueras... En esta ocasión, sin embargo, ha mentido y le han cogido in fraganti. Incluso su grupo parlamentario se sintió incómodo al inventarse un escupitajo que no existió. En un país de nuestro entorno no podría seguir como ministro por una acusación tan grave a un diputado. Aquí, no pasa nada. A algunos, nunca les pasa nada.