Después de 63 días en la UCI, los que van desde la humillante derrota del Fútbol Club Barcelona frente al Bayern de Munich (2-8) en el Estadio da Luz de Lisboa en cuartos de final de la Champions hasta este martes, el presidente de la entidad Josep Maria Bartomeu y la junta directiva han presentado su dimisión. De nada han servido los continuos saltos al vacío desde aquel 14 de agosto, el día que hubiera tenido que dimitir inmediatamente avergonzado por una temporada en que el club rozó el ridículo. Pero, lejos de ello, planificó una nueva temporada como si tal cosa e intentó ganar tiempo con un nuevo entrenador primero, promesas de adelanto electoral al mes de marzo más tarde y, finalmente, tratando de sortear una moción de censura aprovechando la situación de pandemia generada por el coronavirus. El rally de un vehículo aparentemente sin conductor acabó este martes de la peor manera posible: solo, sin crédito futbolístico, enfrentado a jugadores tan emblemáticos como Leo Messi o Gerard Piqué y distanciado de una plantilla que bajo su mandato se ha ido haciendo cada vez más pequeña pese a que se han dilapidado cientos de millones en fichajes, sin que ninguno de todos ellos haya conseguido justificar lo pagado.

El ciclo Bartomeu se ha cerrado ante el vértigo a perder la moción de censura, que se debía haber celebrado el próximo 1 y 2 de noviembre, de una manera escandalosa. Las excusas que desde la directiva se puedan ofrecer a partir de ahora sirven de bastante poco y no acabarán convenciendo a nadie ya que los casi 20.000 socios que en condiciones casi imposibles, con el estadio cerrado y con la pandemia empezando a dispararse de nuevo, la firmaron, no deja lugar a dudas de cuál es la posición de la masa barcelonista. Lo que es urgente ahora es que el responsable de la gestora acuerde con la Generalitat los protocolos necesarios para la celebración de las elecciones y que estas se lleven a cabo en el menor plazo posible para que la interinidad no se alargue.

El Barça necesita iniciar un nuevo ciclo después de la parálisis de los últimos tiempos, donde el foco ha estado más en los despachos que en el terreno de juego. Más en el espionaje a los jugadores para desacreditarlos que en armar un equipo humano que se sintiera ganador o en acorralar a los símbolos del barcelonismo intentando rebajar la admiración que por ellos siente la afición. Más en blindarse con una prensa dócil a cambio de unas promociones que en aceptar la crítica cuando esta era justificada. Y más en tirar por la borda las hechuras de club grande para pasar a ser una entidad timorata y mediocre. Tiempo habrá de valorar los candidatos que puedan optar a la presidencia pero de lo que no hay ninguna duda es de que no será suficiente con un cambio cosmético de los que han gobernado la entidad durante la última década para salir del pozo en que la junta directiva la deja. El club necesita una revolución, un cambio de aires en profundidad, recuperar el espíritu de equipo ganador y una junta directiva que sepa lo que se trae entre manos, que aúne la experiencia con los nuevos retos de una situación económica en la que habrá que ser capaz de generar recursos en un momento muy difícil.

P.D.-En un día que no tuviera la excepcionalidad de la noticia de la dimisión del presidente del Fútbol Club Barcelona hubiera dedicado estas líneas a la fiesta celebrada en Madrid a la que asistieron cuatro ministros, la cúpula del PP y Ciudadanos y el alcalde de la capital. En total, casi un centenar de personas disfrutaron de la velada pocos días después de la instauración del estado de alarma y de la aprobación del toque de queda. No hay palabras para describir lo que supone como ejemplo para la ciudadanía que está perdiendo el puesto de trabajo por el coronavirus o está viendo como su negocio se está arruinando. Que al frente de todo este elenco de personalidades estuviera el ministro de Sanidad, Salvador Illa, es ya el súmum de la decepción de una clase política que predica a todas horas medidas contundentes para todos y después corre a hacer lo contrario.