Aunque aritméticamente el Fútbol Club Barcelona no ha perdido aún la Liga y tiene opciones de ganar la Champions porque no ha caído eliminado, habría que remontarse a muchos años atrás para que se hubiera dado la concatenación de tres problemas unidos en el seno de la entidad: la división entre junta directiva, entrenador y jugadores, que ya es del todo evidente fuera de las cuatro paredes del club; la pérdida de un patrón de juego que hiciera al equipo reconocible en el campo ante cualquier adversidad y que tuviera en el talento el principal signo de identidad; y, finalmente, una gestión económica más que deficiente, fruto de unos fichajes deportivos inexplicables y que ha dejado las arcas del club con demasiadas telarañas.

La prohibición de entrada de aficionados a los estadios de fútbol, después de varios meses de interrupción de la temporada por el coronavirus, ha impedido que en la reanudación de la actividad, la situación en el Camp Nou se haya hecho insoportable para la actual directiva, que ya vivió escenas de protestas en el primer trimestre del año. El tándem Bartomeu-Setién transita con más pena que gloria ante las incertidumbres del primero y la falta de carácter del segundo, que ha acabado haciendo verdad aquella máxima de que no todo el mundo está preparado para llegar a la cima, ni aunque tenga 63 años.

Muy probablemente, estaríamos hablando, en una temporada normal y no en una situación tan excepcional como la actual con el Covid-19, a lo mejor de una precipitada convocatoria electoral, por más que el actual presidente, Josep Maria Bartomeu, se hubiera opuesto con uñas y dientes para tratar de encontrar un momento más óptimo para entronizar un candidato continuista. Cabe pensar, por tanto, que las elecciones a la presidencia del club se celebrarán cuando tocan, al final de la temporada que viene, una vez se haya intentado mejorar las expectativas del equipo con nuevos fichajes y niquelado las cuentas económicas con la consiguiente ingeniería financiera, que de eso sí que saben todas las grandes corporaciones y los grandes clubes de fútbol, como es el caso del Barça. Todo ello sin descartar que, como al final el fútbol no deja de ser un deporte, la pelota acabe entrando en el momento que menos se espera o el equipo rival tenga un mal día.

El Barça ha recuperado sensaciones del pasado. Pero no del pasado reciente sino de aquella larga etapa negra en que era un club mediocre, del montón, desprovisto de carisma en el terreno de juego y que quedaba muy lejos de los grandes equipos del continente. El barcelonismo ha vivido una era gloriosa de una década larga de éxitos, pero si el club sigue haciendo las cosas tan mal como en los últimos tiempos le espera una larga travesía del desierto. La entidad necesita un revulsivo como lo fueron en su día Laporta y Guardiola y una nueva ambición de equipo ganador y desacomplejado tanto en los despachos como en el terreno de juego. Si no se hace este cambio a fondo, por encima de los intereses personales y de las mezquindades de todos los que se aprovechan de la actual situación para sacar tajada, todo lo demás será pan para hoy y hambre para mañana.