Como todos los años, el concierto de Sant Esteve en el Palau de la Música de Barcelona ha sido una explosión de catalanidad y, como ha ocurrido sobre todo en las últimas ediciones, durante la interpretación de El cant de la senyera, himno de l'Orfeó Català, y d'Els Segadors, la platea y el anfiteatro se llenaron de numerosas esteladas. Este año, además, se colocó en el escenario una pancarta del Tsunami Democràtic que desplegaron varios miembros del coro.

Todo ello habría ocupado, como en años anteriores, las reseñas informativas del día y poca cosa más si no fuera porque el unionismo ha decidido criminalizar y degradar la exhibición de las esteladas comparándo el acto con imágenes de Berlín durante el Tercer Reich. Así ha sido desde las filas de partidos que sospechosamente solo ponen el grito en el cielo cuando se llevan a cabo expresiones como las del Palau de la Música y no cuando se enarbolan otras banderas.

Decir que el concierto de Sant Esteve es de todos y el Palau de la Música igualmente es demasiado simple. Se trata de una institución privada e históricamente un espacio de catalanidad con todos sus matices, aunque haya tenido durante años al frente de la institución un ladrón como Fèlix Millet. De la misma manera que la Feria de Abril que ahora se celebra en el Fòrum acoge a personas que acuden con sus banderas y a celebraciones bien diferentes. Son, uno y otro, ni más ni menos que actos de libertad de expresión.

Pero no nos engañemos: nada de ello es gratuito. Ni los ataques a la escuela catalana ni a TV3, ni las falsas acusaciones de adoctrinamiento, ni la reiterada utilización de expresiones como "golpe de estado" para referirse a los hechos de octubre de 2017, ni el falso relato de los CDR terroristas... Nada cambiará si España no varia el frame y deja de criminalizar el independentismo. Esa estrategia, que también ha seguido el PSOE, ahora con la aritmética parlamentaria complicada, no le está ayudando a cerrar un acuerdo de investidura que ya va con retraso pero que puede llegar antes de Reyes.