La sobreactuación que se está produciendo en Madrid a raíz de la conferencia que pronunciarán el lunes el president Puigdemont, el vicepresident Junqueras y el conseller Romeva está desbordando la lógica del sentido común para adentrarse en el oscuro mundo de la injustificada agresividad dialéctica, las palabras malsonantes, las descalificaciones innecesarias y, finalmente, la contraprogramación. Aunque se trata tan solo de una conferencia que pretende ser un acto público que deje constancia de la última oferta al Estado para pactar el referéndum del próximo mes de septiembre, la negativa a ceder una sala en el Senado como solicitó el president de la Generalitat y el posterior vapuleo político y mediático en el que se ha visto inmersa la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, por facilitar un auditorio municipal han sido tan solo los primeros pasos de una batalla descarnada para presentar la conferencia como una provocación.

¿Cómo se puede defender al mismo tiempo el diálogo e impedir por todos los medios a tu alcance el legítimo derecho del Govern a expresarse? ¿Desde cuando manifestar donde sea lo que piensa una mayoría del Parlament y hacerlo de una manera pacífica puede ser considerado un acto ilegal, como extemporáneamente declaró la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes? No vale, presidenta Cifuentes, envolverse con la bandera española cuando la Guardia Civil en dos ocasiones la ha vinculado con la financiación irregular del PP. Hay que exigir al Gobierno español que desactive el clima guerracivilista que está creando a raíz de la conferencia, impropio de un partido que tiene la responsabilidad de gobernar la cuarta economía de la zona euro, la quinta de la Unión Europea y la decimocuarta del mundo por su Producto Interior Bruto.

No ha pasado obviamente en Londres cada vez que, primero Alex Salmond y ahora Nicola Sturgeon han ido a negociar la celebración de un referéndum para Escocia. No se ha intentado, como aquí, primero calentar artificialmente el acto y después tratar de boicotear algunas asistencias. Una cosa es que la Falange haya convocado una manifestación contra la conferencia de Puigdemont con carteles en que aparecen además del president, Pablo Iglesias y Carmena. Será un problema de seguridad y solo cabe esperar que las fuerzas de seguridad planifiquen el dispositivo necesario para impedir repeticiones de actos vandálicos como el de la Llibreria Blanquerna en 2013. Y otra muy distinta es el carrusel de actos contra la conferencia que se inician hoy en Madrid empezando por uno del PP. Todo el mundo es muy libre de hacer lo que quiera pero recuerda demasiado a las mesas petitorias contra el Estatut que generaban un alto grado de excitación y de fervor en las filas de los populares y que pasado el tiempo se convirtieron políticamente en un gran lastre y un gran error.

Quizás también sea que cuando no se hace política con mayúsculas, y una negociación es eso, buscar una solución política a una necesidad social -nunca hubiera vuelto Tarradellas con las leyes de la época pero se forzó la legislación; ahora es mucho más fácil- lo que acaba sucediendo es que lo único que se acaba sabiendo hacer es gestionar el día a día. O soñar con un final que no está en el horizonte, las elecciones autonómicas.