Quizás la frase más repetida de uno de los políticos más poderosos de Italia durante décadas, el democristiano Giulio Andreotti fallecido en mayo del 2013, era que "el poder desgasta a quien no lo tiene". Lo sabía de sobras Andreotti que sobrevivió a todo tipo de intrigas, y que participó también en muchas de ellas, para salir casi siempre a flote: presidente del consejo de ministros transalpino en siete ocasiones, diputado entre 1946 y 1991 y senador vitalicio a partir de 1991. En aquella Italia, las carreras políticas eran ciertamente muy longevas pero Andreotti superó todas las plusmarcas. Y, es cierto casi siempre, el poder desgasta a quien no lo tiene. El último ejemplo de ello quizás sea Albert Rivera, el político que pudo dar el salto a la política española en un momento inédito de la vida pública española: un temor atroz de las élites a la llegada de Pablo Iglesias y Podemos y un Partido Popular abierto en canal por la corrupción, una circunstancia que hacía presagiar una caída en picado de los conservadores.

La política española necesitó de dos elecciones –diciembre del 2015 y junio del 2016–, los errores de Iglesias quizás debidos a un ego desmedido, el golpe de estado de Susana Díaz contra Pedro Sánchez y algo más que un empujón mediático al PP para situar el temido final del bipartidismo en un bipartidismo imperfecto. Puede parecer lo mismo, pero no lo es. En este movimiento de piezas quien más perdió era el que menos fuelle tenía, Ciudadanos. Sin organización territorial para una aventura tan complicada, con cuadros desiguales en muchas de las áreas temáticas y con un líder, Albert Rivera, demasiado intermitente, C's corre el riesgo de convertirse en una fuerza política intrascendente. No llega para alcanzar acuerdos parlamentarios con el PP y es prescindible para atraer al PSOE.

De ello parecen haberse dado cuenta tanto populares como socialistas y el principal riesgo de Rivera es ser una nueva Rosa Díez y Ciudadanos un nuevo UPyD. Los mismos que embarcaron en esta aventura española a Rivera se muestran ahora renuentes con su actitud política. Los mismos que en Madrid veían a Rivera como el catalán dialogante le reprochan ahora un exceso de catalanes en la cúpula de su partido. Y las expectativas del líder de Ciudadanos de ser el nuevo Miquel Roca o Duran i Lleida y moverse a sus anchas en muchas de las empresas del Ibex han quedado en eso, en expectativas. Aún es pronto para certificar algunas cosas, pero su glamour en la capital española ha entrado en un peligroso descenso.