Más de tres años después de los atentados de aquel 17 agosto de 2017 en Barcelona y Cambrils, la Audiencia Nacional iniciará este martes el juicio contra los tres únicos detenidos que no fueron abatidos por los Mossos, que se sentarán en el banquillo de los acusados y para los que se piden penas que van de los 8 a los 41 años de prisión. Un total de 16 personas murieron y otras 140 resultaron heridas en aquella tragedia que, pese al tiempo transcurrido, presenta muchas más sombras que luces. Si en un juicio se pretende por encima de cualquier otra cosa saber la verdad, mucho nos tememos que algunas de las incógnitas más relevantes que planean en este caso quedarán por resolverse cuando finalice. De entre ellas, las más significativas afectan al imán de Ripoll, Abdelbaki es Satty, un personaje clave en todo el operativo ya que fue quien captó a los jóvenes que realizaron el atentado, los adoctrinó en un tiempo récord y lo realizó sin levantar sospecha alguna entre la población sobre la célula que acabaría llevándolo a cabo. Sobre el imán se ha escrito y se ha especulado mucho, sobrevolando sobre la cuestión desde el primer día la falta de información de su relación con la policía española, de la que era confidente.

De este hilo se ha podido tirar más bien poco y de su relación intensa y antigua con el CNI también. Como si hubiera algún interés porque mantener oculto un material que podría, quien sabe, ser muy preciado y que, sin duda, ayudaría a que la verdad se asentara con mucha más fuerza. Tal ha sido el nivel de obstrucción por mantener secretos aspectos relacionados con la cooperación del imán con la policía, que, pese a las pruebas que pretenden demostrar que Es Satty murió en Alcanar la víspera de los atentados, las dudas no han desaparecido del todo y alguna de las defensas lo cuestionan abiertamente. El resultado de todo ello es, en parte, desolador, ya que a la muerte de un ser querido se ha añadido una aparente falta de colaboración para saber toda la verdad.

Sobre el juicio, que está previsto que dure unos dos meses, planearán sin duda, al menos, dos interrogantes más. El primero, la colaboración de la policía española con los Mossos d'Esquadra y, sobre todo, la falta de información que la policía de la Generalitat tenía ya que mucha le fue vetada antes del atentado. ¿Hubiera podido resolverse de otra manera si los Mossos hubieran dispuesto de toda la información como policía integral de Catalunya? Es una duda que quizás el juicio ayude a despejar. El segundo interrogante tiene que ver con el proceso independentista que estaba en marcha en Catalunya cuando se produjo el atentado, como se comprobaría meses después con el referéndum del 1 de octubre. La desconfianza entre cuerpos de seguridad ya era evidente y aunque fuera con una información escasa la respuesta de los Mossos con el major Trapero al frente y de todo el Departament d'Interior, que comandaba Quim Forn, fue ejemplar.

A ambos les persiguió en las semanas posteriores la fuerza del Estado en un ejercicio impúdico por laminar una actuación que recibió el reconocimiento internacional. Los Mossos, Trapero y Forn quedaron en el punto de mira del deep state cuando lo que hicieron fue resolver con brillantez el reto de seguridad más importante que había tenido Catalunya en muchas décadas. Y muchos no quisieron que eso les saliera gratis.