El Gobierno español acaba de cometer un error, con la mirada puesta en el referéndum del 1 de octubre, al reconocer públicamente que no puede aplicar el artículo 155 de la Constitución —aquel al que se atribuía la capacidad de suspender la autonomía catalana— por razones "temporales y jurídicas".

Traducido al lenguaje común viene a decir que se le han pasado los plazos legales para abordar en el Senado una propuesta de esta naturaleza y que debería forzar mucho la posición del Tribunal Constitucional para que le diera la razón ante una iniciativa política que defienden PP y Ciudadanos —no así el PSOE y Podemos—  y diferentes medios de comunicación españoles —con Cebrián y Maruhenda a la cabeza junto a sus respectivas cabeceras— pero que cuestionan muchos juristas.

Se pone así de manifiesto que el Gobierno español había jugado sus grandes bazas a tres elementos que no controlaba: que el Ejecutivo del president Carles Puigdemont renunciara a convocar el referéndum —una circunstancia que nunca ha sido factible y ahora menos que nunca cuando falta no más de dos semanas para que firme el decreto de convocatoria del 1-O de común acuerdo con Oriol Junqueras—, que se produjera una división interna del Govern —que no ha sucedido pese a los rozes cotidianos entre el PDeCAT y Esquerra— y, finalmente, que los devaneos de la CUP no solo fueran incómodos sino también corrosivos. En este último punto la sangre no ha llegado al río pese al enojo de muchos miembros del Govern.

En esas circunstancias, el Ejecutivo de Mariano Rajoy, aunque tiene todo el arsenal jurídico a punto deberá, quiera o no quiera, adoptar una decisión política. Los tribunales, la Fiscalía y las diferentes instancias judiciales ya hacen su trabajo, con celeridad y prestancia siempre. Pero el 1-O camina con paso firme si no hay una acción contundente del Gobierno español. Y es ahí donde surge el problema entre dar satisfacción a sus hooligans y que la opinión pública internacional no acabe escandalizándose. Lo cierto es que el Estado también improvisa y no todo son fortalezas pese a los gestos abruptos e intolerantes cara a la galería.