Si normalmente el inicio de curso en Catalunya viene muy marcado por la Diada del 11 de setiembre y el impulso político que acostumbraba a suponer para los partidos independentistas, este año no va a ser así. Trabajo van a tener para completar una Diada con una asistencia aceptable y en la que no se tiren los platos a la cabeza, ya que las relaciones entre las formaciones independentistas están, ciertamente, calientes. ¿Qué va a hacer Esquerra, por ejemplo, después de haberle entregado el gobierno de Catalunya en solitario al PSC? ¿Van a asistir sus principales dirigentes a la manifestación que este año convocan la ANC y Òmnium? Me refiero a Marta Rovira o Pere Aragonès, como máxima dirigente del partido, la primera, y president de la Generalitat, el segundo, hasta hace unas semanas.
El ejemplo más claro de que el curso se inicia en Catalunya de otra manera es la comparecencia este mismo jueves de Salvador Illa para explicar la composición del nuevo Govern y cuál va a ser su hoja de ruta. Se lo había pedido Junts per Catalunya, pero lo cierto es que tampoco se ha hecho de rogar. Sabe que hasta que no pueda acceder Carles Puigdemont a la Cámara catalana, se le aplique la ley de amnistía, y pueda llevar a cabo su papel de jefe de la oposición y, por otro lado, que Esquerra aclare cuál va a ser su papel en la legislatura, su circulación y rumbo por la Cámara catalana, su situación va a ser relativamente tranquila. Los partidos independentistas, en mayor o menor medida, saben, y si no ya se darán cuenta, que el ruido que puedan hacer ahora tiene una credibilidad escasa y que difícilmente van a acabar haciéndole cosquillas al nuevo president.
El nuevo Govern tiene flancos débiles y ha cometido algún error clamoroso, pero, en cambio, tiene algo que en política acostumbra a funcionar, oficio
El nuevo Govern tiene flancos débiles —el área de Empresa es el más destacado— y ha cometido algún error clamoroso, corregido antes de que acabara siendo un incendio importante, pero, en cambio, tiene algo que en política acostumbra a funcionar, oficio. De los tres debates mediáticos que se han producido desde su llegada al poder, dos los ha propiciado él: su viaje a Lanzarote para entrevistarse con Pedro Sánchez y la presencia de la bandera española en su despacho junto a la catalana. El tercero, el que acabó con la dimisión de la pareja de Sílvia Paneque como jefe de gabinete de la consellera portavoz del Govern y de Territori, Habitatge i Transició Ecològica entre críticas de nepotismo, lo resolvió en cuatro días. Fue un error, pero de recorrido perecedero.
Desde este punto de vista, Salvador Illa le saca varios cuerpos a su antecesor, Pere Aragonès. Ya han pasado por su despacho oficial, en tan solo unas semanas, algunas personas que ni lo llegaron a pisar durante su presidencia. Ni durante la anterior. Con discreción, recibe y participa en reuniones que agenda personalmente y, por ahora, transita en el ecosistema político catalán con relativa tranquilidad. Eso no es suficiente, obviamente. Ni imprescindible para ganar unas elecciones. Pero sí impacta en el ánimo de sus adversarios, sobre todo en Esquerra, que le facilitó la presidencia para esquivar unas nuevas elecciones que le hubieran supuesto un alto coste político.
Será, justamente, Esquerra quien sea observada con lupa en los próximos meses. También este jueves. De ella se espera que avale, junto con los comunes, los presupuestos de la Generalitat para 2025, que ya ha empezado a trabajar la consellera Alícia Romero. PSC, ERC y Comuns suman 68 diputados, uno más de la mayoría absoluta. Y, corriendo en la banda por si es necesario en la legislatura, está el PP catalán, que este sábado hizo un movimiento para hacerse notar. Su portavoz en el Parlament, Juan Fernández, se ha mostrado abierto a negociar con el ejecutivo de Illa las cuentas públicas. Los populares tienen 15 diputados, no son los 20 de Esquerra, pero seguro que acabarán teniendo algún juego parlamentario en Catalunya.