Como que los catalanes recordamos perfectamente cuál fue la reacción de Felipe VI el 3 de octubre de 2017, su comparecencia televisiva, el desafortunado discurso que pronunció y el distanciamiento que se ha producido desde entonces con la jefatura del Estado, somos, quizás, los menos sorprendidos de que se haya vuelto a equivocar con su rostro tenso y una rigidez impropia del momento en la promesa de Pedro Sánchez como presidente del gobierno, celebrada en el palacio Real. Ya se había destacado la tirantez del jueves cuando la presidenta del Congreso, Francina Armengol, acudió a palacio a comunicarle la elección de las Cortes que había tenido lugar unas horas antes.

Pero se volvió a repetir el viernes en un gesto perfectamente estudiado, que se hacía evidente en el rictus facial, en su incomodidad, al no dirigirle la mirada a Sánchez ni cuando pasó por su lado a la hora de realizarse la foto oficial con el resto de autoridades presentes, y en su puño cerrado con fuerza durante la toma de posesión del presidente. Una actitud, toda ella, que no es ni mucho menos neutra y que se produce en un momento especial, con las diferentes derechas cuestionando la elección de Sánchez y los acuerdos a los que ha llegado con el independentismo.

La actitud del monarca, con su actitud estirada, envía un mensaje de incomodidad institucional, algo que está lejos de sus atribuciones. Es una manera de tomar partido, de posicionarse, de enviar un mensaje a todos los que cuestionan la elección de Sánchez: Yo también estoy cabreado. Vamos, que está allí porque no tiene más remedio. Algo similar al gesto de Alberto Núñez Feijóo que —como marca la cortesía parlamentaria— le fue a dar la mano a su escaño para felicitarle después de su elección, pero lo hizo de una manera singular. Esperó unos segundos a sacar su mano del bolsillo y le dijo abruptamente: "Esto es una equivocación y usted será el responsable."

El monarca envía con su actitud estirada un mensaje de incomodidad institucional, algo que está lejos de sus atribuciones. Es una manera de tomar partido, de posicionarse

Este sábado hemos visto un nuevo episodio del actual clima de tensión en Madrid, donde se han concentrado decenas de miles de personas —170.000, según la Delegación del Gobierno español— clamando contra Sánchez, Puigdemont y la amnistía. No la habían convocado directamente el PP y Vox, pero allí estaban apoyándola. La protesta no acabó aquí y unos centenares de personas se dirigieron por carretera al palacio de la Moncloa, cortando la autopista A-6 y sentándose en las inmediaciones de la sede de presidencia del gobierno. Supongo que a la Fiscalía que con tanta rapidez levantaba acta de las actuaciones en Catalunya, no se le habrá pasado por alto lo que ha sucedido en Madrid.

Porque no debe tener importancia alguna la ideología de los manifestantes, supongo. Y los hechos, con la doctrina emanada hasta la fecha cuando se trataba de independentistas catalanes, se instruyen por sí solos. O eso se hacía.