Como si fuera una cosa normal, el rey emérito ha celebrado en su residencia de Abu Dabi, donde se instaló en 2020, después de su exilio forzado en medio de numerosos escándalos financieros y de su pleito judicial con su examante Corinna Larsen, su 86 cumpleaños con una fiesta por todo lo alto a la que han acudido alrededor de un centenar de invitados entre familiares (no su esposa que estaba en Londres), vips y personal que antaño estuvo a su servicio. No hay, por ahora, imágenes del acto, pero se explica que habrían actuado el grupo musical Los del Río y, al frente del grupo de personalidades estaría, supuestamente, el expresidente Felipe González.

Esta celebración en medio de las turbulencias de la monarquía española es un ejemplo evidente de la falta de recato de la familia real, muy lejos de la ejemplaridad que predica y del decoro exigible. Es de sobras conocido que igual que Franco pesaba salmones porque recibía ayuda extra, Juan Carlos I ha obtenido una protección por su cargo de monarca desde 1975 que le ha permitido sortear las dificultades judiciales que iban surgiendo. En este contexto, hacer un fiestorro en los Emiratos Árabes Unidos es imprudente y excesivo.

El hecho de que la movida de Abu Dabi haya coincidido con la Pascua Militar que presidía su hijo en Madrid, también forma parte de la tensa relación padre-hijo y nada mejor que contraprogramarse para hacer evidente el deterioro en la comunicación entre ambos. Una festividad militar exageradamente anodina y de trámite por muchos motivos, que se amplificó con unos discursos de trámite y con todas las miradas no en la plática de la ministra de Defensa, Margarita Robles, y de Felipe VI, sino en la reina Letizia, que ha visto sacudido su matrimonio por una serie de filtraciones de su amigo íntimo Jaime del Burgo.

La fiesta de Abu Dabi en contraste con la melancolía del Palacio Real son indicadores de un inicio de 2024 con signos de crisis

Sea como sea, la fiesta de Abu Dabi y el deseo de exhibición, y el contraste con la melancolía del Palacio Real y un aroma a nostalgia del pasado son indicadores de un inicio de 2024 con signos de crisis. El problema a lo mejor no es la amnistía acordada por el PSOE con los independentistas y que ha iniciado su trámite parlamentario en el Congreso de los Diputados, ni que Pedro Sánchez haya revalidado la presidencia del Gobierno después de perder las elecciones el pasado 23 de julio, sino algo más frugal y corriente en la historia de la monarquía española.