Aunque la Constitución reconoce un papel muy simbólico al Rey, haciendo buena la máxima de que el rey reina pero no gobierna, lo cierto es que la actual situación de bloqueo de la política española y la consiguiente incapacidad para conformar una mayoría parlamentaria e investir a un presidente de gobierno está poniendo de relieve pequeños detalles que no deberían pasar inadvertidos. El primero y más importante es que Felipe VI está tremendamente incómodo con el momento y, a su manera, lo ha expresado en los tres movimientos que ha tenido que realizar desde las elecciones generales del 20 de diciembre.

El primero fue hacer público a través de un comunicado de la Casa Real que una vez había finalizado la primera ronda de contactos con los líderes de los partidos políticos había ofrecido someterse a la sesión de investidura a Mariano Rajoy, como ganador de las elecciones, y el candidato del PP lo había rechazado. La nota causó, por inusual, un gran revuelo en la Moncloa y obligó a Rajoy, en aquel momento a punto de comparecer ante los periodistas, a improvisar una respuesta. El segundo movimiento, aunque en este caso algo más esperado, se produjo tras la segunda ronda de conversaciones. Ofreció el Rey a Pedro Sánchez intentar armar una mayoría parlamentaria. Al PP tampoco le gustó y alimentó indisimuladamente la idea de que Felipe VI, como su padre, se encontraba más cómodo con los socialistas que con la derecha. Sánchez tuvo sus semanas de gloria y, al final, su propia incapacidad y la intransigencia de Podemos desembocó en un sonoro fracaso del secretario general del PSOE.

El tercer movimiento se produjo el martes por la mañana. Cuando El Nacional anunció en exclusiva que el Rey abría una tercera ronda de contactos se produjo durante unos minutos una perplejidad general. Felipe VI utilizaba, una vez más, los escasos márgenes de los que dispone y hacía saber su incomodidad. Nadie cree que la situación cambie y los partidos, al menos públicamente, insisten en que la política española se encamina irremediablemente hacia elecciones el 26 de junio. Puede ser que todo esté decidido pero una nueva convocatoria a las urnas no deja de ser un enorme fracaso de los partidos españoles y del propio sistema. Y ellos lo saben aunque miren hacia otro lado.