¿Cómo puede ser posible que una infraestructura ferroviaria básica como es el corredor mediterráneo y que permitiría un desarrollo económico multiplicador desde Portbou hasta Algeciras siga estando después de tantos años pendiente de su realización en un 85%? ¿Son creíbles los discursos de los sucesivos gobiernos españoles de que la consideran una obra fundamental cuando el trayecto se hace a un desesperante paso de tortuga? Estas deberían ser las preguntas de la indignada clase empresarial que este jueves se ha reunido en Barcelona para reclamarle al gobierno español y al Ministerio de Fomento celeridad en su finalización, con una paciencia casi franciscana, ya que en la competencia entre la finalización de la Sagrada Familia de Barcelona y el corredor mediterráneo se pueden cruzar fácilmente apuestas y veremos quién resulta ganador.

En un país serio debería ser un verdadero escándalo que más de 1.500 empresarios de Catalunya, València, Murcia y Andalucía celebren su sexta reunión anual reclamando que se acabe el corredor mediterráneo y que como respuesta sigan recibiendo promesas y más promesas después de los 25 años de retraso que acumula. Si a eso sumamos, como se ha priorizado políticamente, la España radial desde Madrid —la verdadera obsesión de José María Aznar de una capital centralizadora de todos los proyectos— frente a otras apuestas periféricas, como la España circular, encontraremos, seguramente, la respuesta a muchas de las preguntas. Hay muchas maneras de ahogar el desarrollo de los territorios y, en consecuencia, la asfixia económica es una de las más evidentes. Porque detrás del corredor mediterráneo hay puestos de trabajo y hay progreso económico.

En Catalunya hace más de cuarenta años que se habla de ello, bien es cierto que durante muchos años con un impacto mediático bastante escaso. Ha sido más recientemente, con el auge empresarial valenciano, que los dos territorios han compartido un proyecto de una envergadura colosal y que tendría todos los números de generar un impacto en todo el arco mediterráneo de una dimensión excepcional. La suma de Murcia y Andalucía le ha dado una longitud de más de 1.000 kilómetros, ha aunado territorios que difícilmente se pueden poner de acuerdo en muchas cosas más y debería acabar siendo un verdadero problema no actuar para cualquier gobierno español. "Es una ofensa para los que estamos en el corredor mediterráneo, no tener una conexión que nos una a todas las ciudades importantes" o "da igual qué gobierno, no avanza", son frases pronunciadas por Joan Roig, el presidente de Mercadona, un auténtico tótem del mundo empresarial, no por un dirigente político cualquiera de la oposición.

La ministra Raquel Sánchez ha avanzado que la conexión entre Almería y Francia por tren estará a punto en 2026 y que el corredor estará finalizado en 2030. Cuesta de creer después de tantas promesas incumplidas por los gobiernos españoles, que esta fecha vaya a ser la buena. Lo ideal sería un plan cerrado de tramos a acabar el 2022 y año a año los siguientes. Porque, si no, resulta que todo se proyecta hacia el final y, cuando llega el día, el ministro o la ministra de turno ya ha cambiado y toca volver a empezar. Lo hemos visto muchas veces como para pensar que en esta ocasión será diferente y que por una vez los plazos se cumplirán. Hay mucho en juego para no ser exigentes y ser desconfiados, ya que los ejemplos de lo que ha ido sucediendo a quien dejan mal es al gobierno español por más que pavonee de que esta vez sí será diferente.