Primera conclusión: a Carles Puigdemont le gusta jugar a la ofensiva. La que tenía que ser la jornada más amarga de su corta presidencia y también del govern que encabeza y, sobre todo, de su vicepresident y conseller d'Economia, Oriol Junqueras, por la devolución de los presupuestos al Ejecutivo, votada por todos los grupos parlamentarios, la transformó en un envite claro a la CUP con el anuncio de una cuestión de confianza el próximo mes de septiembre. La deslealtad de los cupaires -prevista y anunciada, pero deslealtad a la postre- tuvo por parte de Junts pel Sí una respuesta a la altura del enorme enojo del espacio electoral independentista. Si quieren tumbar el Govern y seguir comportándose como un partido de oposición podrán hacerlo a la vuelta del verano. Eso sí: para la historia quedará que ellos se habrán cargado al primer gobierno independentista de la historia de Catalunya.

Segunda conclusión: la CUP está profundamente dividida y no es un problema ni de democracia interna, ni de su sistema de toma de decisiones. Es, simplemente, que el 50% quiere una cosa y el 50% quiere otra radicalmente diferente. El ejemplo más claro lo ha dado este miércoles Antonio Baños, su número uno por Barcelona en las pasadas elecciones del 27 de septiembre y hoy ya apartado de la política por los desencuentros constantes que tenía. Horas antes de la votación presupuestaria, el exdiputado manifestó a Jordi Basté: "Si la CUP vota lo mismo que García Albiol (el presidente del PP catalán) se me revolverá el estómago". También, que no encontraba decente que los diez diputados de la CUP no votaran con el Govern. Pero Baños no fue el único que alzó su voz a título individual como sí lo hizo una organización del conglomerado cupaire, Poble Lliure. En estos meses, la CUP tendrá tiempo para aclarar internamente sus posiciones y decidir en qué lado quiere estar.

Tercera conclusión: el tándem Puigdemont-Junqueras debe salir reforzado y, lógicamente, los equilibrios dentro de Junts pel Sí. El vicepresident no quería elecciones y la solución que Puigdemont había ido madurando estos últimos días y que él conoció antes de su anuncio público deja un plazo prudencial para que se despeje el mapa político español y tener datos fiables de la orientación que coge. Unos y otros, en función del Gobierno que haya, sabrán con mayor precisión a qué atenerse. El proceso ya ha tenido tantos obstáculos a su paso que no vendrá de dos meses y de las partidas presupuestarias que iban a aliviar y revertir algunas medidas sociales, el Govern y concretamente Junqueras son los menos responsables de que no entren en vigor. Estaban en los presupuestos.

Cuarta conclusión: la cuestión de confianza es un arma de doble filo. Se puede ganar pero también se puede perder. En el primer caso, habrá Govern para proseguir el mandato parlamentario del 27-S. En el segundo, los partidos tendrán que reelaborar sus estrategias y sus objetivos. Pero lo que no debería volver a pasar es que la mayoría volviera a cometer el mismo error: diez diputados pueden introducir enmiendas a los planes de 62 para llegar a la mayoría absoluta de 72. Pero nunca a la inversa: que sean 62 los que introduzcan enmiendas a los proyectos de diez. La democracia parlamentaria se basa en esto.

Quinta conclusión y última: la confianza de la gente soberanista no es infinita. El hartazgo de muchos sectores independentistas estos últimos días y semanas ha sido evidente. Solo hacía falta darse una vuelta por las redes sociales, por los cafés de Catalunya o adentrarse en algunos medios de comunicación. La línea que separa la dignidad del ridículo tiene que volver a ponerse en su sitio. Y si no es así que los ciudadanos, los verdaderos dueños del proceso político, decidan con su voto en las urnas. Así funciona la democracia.