Que el Partido Popular está en plena ebullición y que los casos de corrupción están arrinconando al presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, no es del todo una novedad. Tampoco que las relaciones entre José María Aznar y su sucesor son de una frialdad absoluta desde hace mucho tiempo. De hecho, casi desde el 2004, unos meses después de que fuera designado candidato a la Moncloa. Igualmente, es conocida la división existente en el Ejecutivo español y que se polariza entre los partidarios y los detractores de la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, y que la semana pasada vivió un nuevo capítulo con motivo de la renuncia del ministro José Manuel Soria. 

Pero si un hecho ha abierto todas las hostilidades en el seno del PP ha sido la denuncia ante la Fiscalía General del Estado de José María Aznar por revelación de datos tributarios después de que se conociera que la Agencia Tributaria le hubiera multado con una cuantiosa cantidad. Aznar viene a responsabilizar al ministro Cristóbal Montoro, que también formó parte de su gobierno entre 2000 y 2004 y que hoy muchos sitúan al lado de la vicepresidenta en el delicado equilibrio entre familias del PP. Aznar sólo acepta hablar de diferencias de criterio con los inspectores y considera injurioso hablar de defraudación. Seguramente, en medio de los papeles de Panamá y de la corrupción del PP, lo que menos esperaba el expresidente es que nadie saliera en su auxilio y su caso compartiera espacio con el de su otrora vicepresidente Rodrigo Rato, que también ha denunciado una caza de brujas contra él y que aparece en los papeles de Panamá a través del bufete Mossack Fonseca, la mayor plataforma de testaferros de América Latina.

Este nuevo capítulo en el seno del PP en vísperas de unas nuevas elecciones, si se cumplen todos los vaticinios, augura una campaña nada tranquila en el seno de la formación conservadora. Y el preludio de una verdadera guerra de guerrillas como hacía años que no se vivía en el interior del PP. Si no, al tiempo.