Hay ocasiones en que la expresión de una simple duda tiene más valor que unas declaraciones contundentes. No me refiero al exconseller de Empresa i Coneixement, Jordi Baiget, que ha sido relevado por el president Puigdemont después de unas declaraciones que estaban fuera de lugar. Estoy pensando en el secretario general del Partido Socialista Obrero Español, Pedro Sánchez, que ha llegado a comentar que duda que Mariano Rajoy pueda frenar el referéndum del 1 de octubre. Lo habría expresado en un momento políticamente significativo: entre la audiencia que tuvo con el rey Felipe VI el martes y el encuentro en La Moncloa que celebrará este jueves.

Sánchez está al lado de Rajoy en la defensa de la Constitución y la prohibición del referéndum. Pero es partidario de una solución que no le acabe salpicando por desproporcionada. Y no hay ninguno de los escenarios que maneja el Gobierno español para las próximas semanas que sea indoloro. Es más, el lenguaje de tanques, delirios autoritarios y las apelaciones al Ejército que son propios de otros tiempos están contribuyendo a alimentar la idea de que el uso de la fuerza es una opción posible. El anuncio público de la esperada ley de referéndum no ha hecho sino tensionar el clima político español.

Porque lo cierto es que las medidas puestas en marcha por el Gobierno español que son políticamente dolorosas a través de los tribunales que ya han condenado a miembros del Govern por el 9-N y tienen en espera a miembros de la Mesa del Parlament empezando por su presidenta, han subido un escalón con la nueva vía penal abierta de malversación de caudales públicos y la responsabilidad patrimonial. El Estado ha empezado a abrir claramente el grifo del miedo hacia los patrocinadores del referéndum sin ningún resultado práctico. Entre otras cosas, porque lo que más cuesta de entender fuera de Catalunya es que el Govern está decidido a colocar las urnas el 1 de octubre. Se entiende en la esfera internacional pero no se entiende en Madrid. Por eso en España toda la política gira alrededor de Catalunya. Y lo que se escribe de España fuera de ella todo gira alrededor de Catalunya. Y el The New York Times publica un editorial a favor del referéndum y la respuesta del embajador de España en Washington, el exministro Pedro Morenés, es arrinconada a un espacio menor, como es una carta al director.

Y por ello no es extraño que el president de la Generalitat, la presidenta del Parlament y varios consellers acudan a la celebración de la independencia de Estados Unidos en el consulado norteamericano en Barcelona no como los supuestos golpistas que son en boca del Gobierno español sino como los representantes legítimos de las instituciones catalanas. Y por eso también, Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, aquellos que acaban de ser repudiados por los militantes del PSOE en las primarias en las que se eligió el secretario general, acompañados de José María Aznar, a quien los militantes del PP no quieren ver ni en pintura, se suben a un escenario, recuerdan viejos tiempos, hacen un mitin de la España que ellos también destrozaron territorialmente y se quedan tan tranquilos. En vez de pensar que callados estarían mejor.