Pese a que han transcurrido cuatro días y he escuchado con la atención y el interés propios de un hincha culé las explicaciones del presidente Joan Laporta (viernes) y de Leo Messi (domingo) no consigo aún comprender las razones por las que el jugador abandona de manera brusca el Fútbol Club Barcelona. La marcha del astro argentino es enormemente dolorosa para la gran mayoría de los aficionados blaugranas y también para el jugador, que ofreció la conferencia de prensa más lacrimógena que uno recuerda en deportistas de este nivel.

Pero parece que, para completar el puzle y que consigamos entenderlo, falta una pieza importante que alguien debe tener guardada, no sabemos muy bien hasta cuándo. Se marcha rumbo al Paris Saint Germain, dicen los bien informados, donde los petrodólares del emirato de Qatar pueden pagar sin despeinarse, a Messi, Neymar, Mbappé, Sergio Ramos y tantos otros, hasta completar la que es, sin duda alguna, la mejor plantilla de fútbol de Europa. El PSG es un club estado y el fair play financiero debe sumar y restar de manera diferente por aquellas latitudes. Otra cosa es que en la penitencia nosotros tengamos jugadores que no valen lo que les estamos pagando y por ello no quieren abandonar el club, ya que nadie les mantiene la descomunal ficha que cobran.

Messi no se refirió a Javier Tebas y a la Liga Profesional, pero todas las miradas parecen dirigirse a este oscuro personaje exmiembro de Fuerza Nueva y votante de Vox que preside la LFP y que se ha hecho con el control de un negocio de miles de millones de euros. Messi explicó, con todo lujo de detalles, que el año pasado —el del burofax a Josep Maria Bartomeu— se quería ir, pero este se quería quedar y, por ello, se había rebajado la ficha al 50%. No responsabilizó a Joan Laporta, pero dejó en el aire alguna incógnita cuando dijo que él había hecho todo lo posible por quedarse y todo lo que se le había pedido. ¿Por qué no se había bajado más la ficha? Nadie se lo pidió, explicó. Solo le dijeron que no podía seguir y todo el trabajo previo se había roto.

Cada vez cobra más fuerza la idea de que detrás de la marcha de Messi, ahora ya parece que irreversible, está también la batalla por la Superliga europea, un proyecto congelado por la retirada de los clubs ingleses y las amenazas de la UEFA, pero que Barça, Madrid y Juventus siguen manteniendo vivo. De ahí la comida de los presidentes de los tres clubs el pasado sábado en Barcelona.

Quizás veamos un nuevo capítulo de esta batalla, el próximo jueves, día 12, cuando se celebrará la asamblea extraordinaria de la Liga Profesional para validar el acuerdo con el fondo buitre CVC, que aportará 2.700 millones a la patronal del fútbol a cambio de hacerse con un 10% del negocio de la competición española. Será la primera batalla abierta de Joan Laporta y Florentino Pérez contra Javier Tebas y donde se visualizará si tienen fuerza suficiente para tumbar el acuerdo. Para ello necesitan que no apoyen el pacto con CVC, al menos, 32 de los 42 clubes de primera y segunda división.

En las próximas horas, veremos a Messi en París si las negociaciones se cierran y veremos al 10 con una camiseta diferente. El sueño de que Messi fuera como Pelé, jugador de una única camiseta, en el caso del crac brasileño del Santos, se habrá desvanecido.