A medida que pasan las horas se hace más evidente que la precipitación de Pedro Sánchez para cerrar un acuerdo con Pablo Iglesias solo tenía un objetivo: impedir que el retroceso electoral ―leve, pero reculada a la postre― del PSOE le acabara costando el cargo. De ahí las prisas y la necesidad de formalizar un abrazo en toda regla con quien era, unas horas antes, el que le impedía dormir a él y a todos los españoles, según decía, con la simple idea de que estuviera presente en el Consejo de Ministros. Los viejos dinosaurios del PSOE, con Felipe González a la cabeza, seguramente más en el papel de hombre de negocios que de expresidente, han empezado a enseñar las uñas con desdén hacia el acuerdo y el hombre que lo ha promovido. Cierto que no se soportan Sánchez y González, pero es que el travestismo del presidente en funciones cuesta a veces incluso de seguir. Otra cosa es que la prensa de papel se achante y pida las menos explicaciones posibles.

Tal como se están poniendo las cosas para Sánchez, no hay otra para el independentismo que no precipitarse como un naif, porque acabará encontrando en el complejo tablero de la política española una jugada ganadora. El Pedralbes II tiene que ser el principio de la negociación de Esquerra Republicana ―que es, por ahora, el único invitado al banquete― y no el final, porque toda esta prepotencia de la Moncloa tiene mucho de cartón piedra para amilanar a los independentistas, que ya han empezado a sentir el pressing Esquerra. De esa posición los profesionales del chantaje que presionan no se moverán. El Felipe González que este jueves repartía consejos y collejas a partes iguales tiene mucha mili y muchos resortes para hacerle sufrir lo suyo a Sánchez en las próximas semanas.

Por eso, el presidente en funciones solo puede ceder o ceder, ya que si no su sillón empezará a estar en riesgo y ya hay, al menos, dos barones socialistas esperando que eso suceda: el castellano-manchego Garcia Page y la defenestrada Susana Díaz. Los cantos de cortar el paso a Vox son solo una letanía para impresionar, entre otras cosas porque los electores catalanes ya se lo han cortado dándole solo dos diputados y la suma de PP, Cs y Vox es de solo seis escaños, cuando los que estaban en juego en Catalunya eran 48. Si en España hubieran votado como en Catalunya, Vox tendría solo 14 parlamentarios y no 52 como ha logrado.

En consecuencia, solo un diálogo sin líneas rojas y con el conflicto político encima de la mesa es un camino mínimamente transitable para el independentismo. ERC ya ha enseñado sus cartas, ahora tiene que moverse Pedro Sánchez si quiere que haya partida y dejar de repetir la tontería de que lo que sucede es un conflicto entre catalanes. Por este camino, con presos, exilio, represión y un clima de amenazas permanentes, bien sean legislativas o judiciales, no debería haber trayecto alguno. Y eso es de primero de negociación.