Cuando este lunes Pablo Iglesias, otrora vicepresidente y ahora tertuliano, sentenciaba en Rac1 que no hay nada más imprudente que fiarse de Pedro Sánchez después de que haya girado como un calcetín la visión histórica sobre el Sáhara y haya entregado a su suerte a sus ciudadanos, que será la de Marruecos, no pude menos que pensar cómo el presidente del Gobierno podía seguir engañando siempre a todo el mundo sin que tuviera un excesivo coste para él. Porque nunca estuvo más aislado el PSOE en una decisión tan trascendente en política internacional que, por cierto, Sánchez aún no ha explicado, y ya empiezan a surgir voces de dentro del partido, con la presidenta balear Francina Armengol, que ha pedido el reconocimiento del Sáhara Occidental. O sea, volver a la situación anterior a la carta de rendición enviada al rey de Marruecos.

Iglesias ya está hoy amortizado políticamente hablando y, desde luego, quien así se expresa es porque puede permitírselo y ha debido conocerlo muy bien tanto como vicepresidente como en la etapa en que fue el líder de Podemos. ¿Cuántos firmarían que no hay nada más imprudente que fiarse de Pedro Sánchez? Seguramente, casi todos los que de una manera u otra han tenido que relacionarse con él o intentar alcanzar algún acuerdo político. Ministros cesados de la noche a la mañana como José Luis Ábalos o jefes de gabinete todopoderosos como Iván Redondo podrían estar de acuerdo, caídos después de un ajuste de cuentas que duró pocos minutos. Líderes de la oposición o socios parlamentarios, a los que se les promete cosas que nunca acaban de llegar y cuyo relato sobre las negociaciones en la Moncloa acaba siendo siempre un poema.

La gran pregunta que aún no tiene respuesta es si Sánchez, en esta ocasión, se habrá pasado dándole gas a una decisión muy controvertida que acabará devorándolo. No todo es satisfacer al amigo americano, que siendo muy importante no deja de ser un actor más en el concierto internacional. Pasarse por el forro a las Naciones Unidas y la cantidad de resoluciones que ha aprobado sobre el derecho del pueblo saharaui a su independencia es impropio de un gobierno que pretende ser respetado. Desoír a la Comisión Europea que este lunes ha hablado de una solución en el marco de la ONU que sea realista, viable, duradera, aceptable por las partes, basada en la avenencia y que prevea la libre determinación del pueblo del Sáhara Occidental, es lo más alejado de lo que ha hecho Sánchez, que ha saltado por encima de todas las resoluciones internacionales.

Aunque el enfado es generalizado, la política del siglo XXI se asemeja mucho a la del XX: aquí no dimite nadie con la excusa de que se puede hacer más presión desde dentro que desde fuera. Eso es en teoría verdad, pero lo cierto es que la presión desde dentro no se hace casi nunca o se hace muy pocas veces. De tanto ver la paja en el ojo catalán donde las desavenencias también están al orden del día, se nos olvida mirar qué sucede a 600 kilómetros. Las puyas aquí y allí existen y los gobiernos son un cajón de sastre de abismales diferencias donde la vehemencia verbal hace que, a veces, parezca que vaya a haber una gran discusión y al final todo quede reducido a un incendio que se va apagando y apagando hasta la vez siguiente. Eso son hoy los gobiernos de coalición y con Sánchez al frente de uno de ellos, un Ejecutivo capaz de vender a quien haga falta por un plato de lentejas. Por cierto, igual el Frente Polisario ya puede ir poniéndose en la cola.