Solo un presidente del gobierno incapaz de hacer honor al cargo que ocupa se hubiera planteado prescindir de su ministro de Sanidad en plena pandemia, ya iniciada la tercera ola, para presentarlo a unas elecciones, para ellos autonómicas, y dejar así el cargo vacante. Debe ser el único precedente en Europa de un jefe de gobierno que adopta una decisión tan controvertida, y que estimula de una manera tan pública en la disyuntiva partido-gobierno la primera opción.

La decisión de Sánchez, porque es suya y de nadie más, es, además, mala para Illa, que acepta el envite por disciplina y no con el entusiasmo necesario, ya que, seguramente, sabe que su aterrizaje en la primera línea de la política catalana se realiza en malas condiciones. Con su marcha precipitada del ministerio, su gestión, ya muy discutida durante estos meses, queda desprotegida de cualquier crítica, ya que Sánchez lo envía sin apoyo a la primera línea de fuego que es, electoralmente hablando, Catalunya. Además, rentabilizar la gestión de la pandemia con las cifras que ha reportado España es ciertamente una tarea titánica si no se produce una hipnosis generalizada de los electores. 

El tercer interrogante que plantea la marcha de Illa se verá el 14 de febrero, si se celebran, como está previsto, las elecciones catalanas. Una fecha esta que me atrevería a decir que hay que empezar a descartar a la vista de los datos de evolución de la pandemia y que, de confirmarse el aplazamiento, será una pésima noticia. Pero volvamos al tercer interrogante: ¿mejora Illa las expectativas electorales del PSC? ¿Es mejor candidato que Iceta? Sobre este particular hay opiniones para todos los gustos. En cambio, sobre lo que no hay discusión es sobre su mayor capacidad negociadora para cualquier escenario postelectoral, ya que no tiene alguna de las mochilas de Iceta como abanderado del 155. Quizás esté aquí el quid de la cuestión.

Aunque cuando se constituyó el gobierno Sánchez-Iglesias, la elección de Illa para Sanidad tenía un mensaje claro de relevo de Iceta, la llegada de la pandemia el pasado mes de marzo pareció romper todos los cálculos de laboratorio. En verano, su retorno a Catalunya pareció cobrar nuevos bríos, pero enseguida fue de nuevo enterrado por inexplicable. La última conversación conocida entre Sánchez y el aún ministro se remonta a noviembre y el esquema no era el de la candidatura a la Generalitat sino un posible ascenso a una vicepresidencia. En las últimas horas, el PSC y la Moncloa se han apresurado a explicar el movimiento como algo madurado en las últimas semanas e impulsado por Iceta.

Creo que todo forma parte de un gran globo político y mediático para ocultar la realidad: el movimiento ha sido de Sánchez y muy reciente. Conociendo al presidente del Gobierno, las encuestas, que siempre son su principal libro de cabecera a la hora de adoptar decisiones trascendentes, deben de haber sido un factor determinante. Y ahi sí que hay un dato cierto: el PSC no remontaba la tercera posición y el voto constitucionalista obtenía unos resultados peores que en diciembre de 2017.