Este Gobierno español en funciones no deja de sorprender nunca. Después de meses y meses de reírse de la acción exterior de la Generalitat y también de poner de relieve públicamente el vacío de jefes de Estado de la Unión Europea a las demandas catalanas, concretadas, según el Ministerio de Exteriores, en que durante el viaje a Bruselas de hace un par de semanas no les recibió ningún comisario europeo, ahora se nos explica que bueno, quizás sí que el mensaje de las autoridades catalanas está siendo escuchado. ¿Y cómo se hace? Anunciando que dos embajadores especiales se dedican a viajar por el mundo intentando cerrar las puertas que se hayan entreabierto.

No deja de ser curioso como se puede expresar entre desdén y desprecio a los movimientos de la Generalitat y tener una reacción tan airada en el plazo de muy pocas semanas. Que la administración catalana tiene una maquinaria muy bien engrasada para explicarse en centros de poder de los cuatro puntos cardinales del planeta no es una gran novedad. No es una maquinaria política como puede ser la de un Estado. A veces incluso es más voluntarista que efectiva. Otras, en cambio, no. Algún día se sabrá como se han movido en importantes cancillerías personas que o bien no son del mundo de la política o ya no están en primera línea.

El Gobierno español puede controlar ciertamente la actuación pública de los Estados y de la CE. Eso es mucho pero no es todo. No puede evitar el interés de los medios de comunicación extranjeros, las discretas visitas a gobiernos o parlamentos extranjeros o que el Chatham House de Londres, uno de los think tank más importantes del mundo, sino el que más, escuche con interés a Carles Puigdemont y su propuesta política de independencia para Catalunya. De ahí la preocupación y los nervios.