La victoria de Pepe Àlvarez en el congreso de la UGT que se ha celebrado en Madrid es una noticia de enorme trascendencia por las dificultades que ha encontrado el nuevo responsable del sindicato y la campaña de descrédito a la que se ha visto sometido por defender en la UGT catalana el derecho a decidir. Una sucia maniobra que ha contado entre sus promotores al secretario general saliente, Cándido Mendez, y a una parte significativa de la opinión publicada en Madrid. El fracasado objetivo no era otro que tratar de presentar a Àlvarez como un peligroso independentista, algo que él nunca ha sido, pero eso no era para los organizadores del motín lo importante. Su victoria ha sido ajustada (una docena y media de votos de diferencia) pero abre una vía de esperanza a posiciones más comprensivas de la realidad catalana en el sindicato.

Tanto es así, que las primeras palabras de Àlvarez tras su elección, y muy consciente de las malas armas que han empleado sus adversarios contra él, fueron para constatar que su victoria era un ejemplo de lo que se piensa en UGT y que era la primera vez que la catalanofobia en España no había funcionado. Sea eso una verdad absoluta o una verdad a medias, porque partido por la mitad ha quedado el sindicato en el congreso, lo cierto es que es importante que haya una voz importante y comprometida en la arquitectura política española que sea sensible a las posiciones mayoritarias en Catalunya, en este caso a la que engloba a más catalanes, que es el que se pueda celebrar en Catalunya un referéndum de independencia pactado con el Estado. Como él siempre ha dicho, desde posiciones no independentistas como la suya, también se tiene que estar a favor del referéndum.

Y esa actitud firme es la que le ha valido el reconocimiento de sectores independentistas pero, al mismo tiempo, una muy buena relación con el PSC, ICV y los nuevos movimientos que gobiernan el Ayuntamiento de Barcelona. A favor tiene que siempre ha sido un hombre de pacto y enormemente tozudo en la unidad de acción sindical. Ahora podrá plantear con mayor autoridad sus posiciones e iniciar una etapa nueva en el sindicato, después de más de un lustro al frente de la UGT catalana. No deja de ser curioso que su interlocutor en la CEOE sea Juan Rosell, que también pasó de Foment a la gran patronal española. En el caso de Rosell, sin aciertos significativos en su gestión, una relación discreta con el gobierno Rajoy y con el PSOE y habiendo rehuido estos años el animar a plantear soluciones desde las posiciones no independentistas a la realidad catalana.