Simone Biles ha ganado el oro en el aparato de priorizarse a una misma. Ha recorrido los 25 metros de la pista para hacer un salto vital hacia delante y tenerse en pie, sin caerse al suelo ni perder el equilibrio. La mirada baja para pisar el punto de apoyo. No se ha achantado, porque las mejores nunca lo hacen. El martes pasado, la gimnasta se retiró de la final por equipos en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 para preservar su salud mental; un día después también renunciaba a la final individual all round y aún no se sabe qué hará en la final por aparatos. “Ya no confío tanto en mí misma. Quizás es por hacerme mayor. Hubo un par de días en que todo el mundo te tuiteaba y sentías el peso del mundo. No somos sólo atletas, somos personas y, a veces, es necesario dar un paso atrás”. Pero ella ha dado un paso adelante para visibilizar un tormento frecuente y sistemático entre los atletas de élite, presionados inhumanamente para conseguir un trozo de metal. Prueba de ello son los intentos de suicidio del mejor nadador de la historia, Michael Phelps, o la depresión de la tenista Naomi Osaka, que en junio abandonó el Roland Garros.

Estos días muchas voces se han alzado para apoyar la decisión de la gimnasta y humanizar los trastornos de salud mental, un problema que afecta al 25% de la población mundial pero que está absolutamente estigmatizado. Hay quien ha dicho de que es una egoísta y una cobarde por abandonar una competición para la que lleva 5 años preparándose. Simone Biles sufrió abusos sexuales por parte del coordinador médico del equipo de gimnasia artística de EEUU, Larry Nassar; pese a eso y con solo 24 años, ostenta 19 títulos de campeona mundial y 25 medallas ganadas en campeonatos mundiales. ¿Cobarde? La gimnasta que iba a ganarlo todo solo ha perdido el miedo.

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Simone Biles, en los Juego Olímpicos de Tokio 2020. / Foto: Paul Kitagaki Jr. / Europa Press