El Girona no olvidará la noche del 23 de septiembre del 2018. Los gerundenses, por primera vez, arañan un punto contra el Barça. Y lo hacen en el Camp Nou con el mismo orgullo que demostraron durante toda la temporada pasada. Parece que no ha cambiado nada. Sólo el entrenador. El equipo sigue en la misma dinámica positiva y suma siete puntos en los últimos tres partidos (Villarreal, Celta de Vigo y Barça). Los números están a su lado. La suerte, también.

Cuando el Barça ha empezado a engrasar la máquina, después del gol inicial de Leo Messi, una decisión del árbitro ha cambiado el guion. Un encontronazo entre Clément Lenglet y Pere Pons, revisada por el VAR, ha derivado en la expulsión incomprensible del central blaugrana. El Girona tenía casi 60 minutos por delante para intentar remontar. La presión no ha sido una losa. Las aficiones, hermanadas, han asistido a un ejercicio de responsabilidad. El Girona ha sabido interpretar como y por donde tenía que jugar.

Las decisiones de Eusebio Sacristán han agudizado las diferencias que ha marcado la expulsión de Lenglet. El equipo no se ha encogido y ha encontrado el premio gordo a través de Christian Stuani, un seguro de vida. Los dos goles del delantero uruguayo han situado al Barça al borde del precipicio. El Girona sólo tenía que administrar la ventaja con un jugador más. Pero eso es mucho más difícil de lo que parece. Con Messi intentando vestirse de superhéroe, resistir al amor propio del Barça está a la altura de pocos equipos.

El vestuario del Girona tenía claro que tenía que "competir" más y mejor que el año pasado, cuando se convirtió en el perfecto invitado a la fiesta del Camp Nou. Los gerundenses no querían repetir el mismo papel y se han protegido, desde el primer momento, con una defensa de cinco. Eusebio, inconformista, no ha querido olvidar el área de Ter Stegen. El paso de los minutos ha desgastado a un Barça que ha acabado jugando con el corazón y no con la cabeza.

En el intercambio de golpes, el Barça ha encontrado a un contrincante. El premio de ganar en el campo del líder era demasiado goloso como para dejarlo escapar sin hacer nada. Los cambios de los entrenadores han mantenido el derbi con vida hasta el final. Ataques y contraataques. La pausa ha quedado aparcada porque nadie ha ondeado la bandera blanca.

Pensar que Europa podía pasar por Montilivi en el primer año del Girona entre los grandes era una quimera. Este equipo lo hizo posible hasta el tramo final, cuando el desgaste físico pesó más que la esperanza. Ahora, los mismos futbolistas están en condiciones de intentar una nueva gesta. Después de cinco jornadas ya son sextos. El objetivo de la permanencia puede quedar obsoleto en un puñado de días.