El Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC) acoge la exposición El Víbora. Comix contracultural, que quiere ser un homenaje desde la cultura canónica a la revista underground que nació hace 40 años y que revolucionó el mundo cultural catalán y español en los años de la transición. La exposición, coproducida entre el propio museo y el FICOMIC y comisariada por Antoni Guiral (con la colaboración de Àlex Mitrani) se podrá ver hasta el 29 de septiembre.

1. Max. Cubierta del núm 13 de El Víbora, 1980

Max. Cubierta del nº 13 de El Víbora, 1980.

Una revista para un momento

El Víbora tuvo un público fiel, que buscaba en esta revista una visión irreverente y valiente sobre el mundo que le rodeaba. No fue un caso único: hubo un auténtico boom de este tipo de publicaciones, su mayoría con sede en Barcelona. Si en 1979 aparecía El Víbora, en 1977 ya había aparecido Totem; en 1981 saldrían Cimoc y Cairo; y un año más tarde llegarían a los quioscos Rambla y Makoki. Todos ellos eran cómicss con una visión tremenda del mundo, con mucho sexo, drogas y violencia (fueron, por ejemplo, pioneros en visibilizar la homosexualidad, pero también el consumo de heroína). Y comportaban una crítica sangrante al poder establecido (incluso a menudo legitimaban la violencia para combatirlo). Probablemente, hoy en día habrían tenido problemas judiciales de forma continuada. Los seguidores de la revista no eran simples lectores, sino que eran auténticos partisanos de la publicación, que compartían su crítica visión del mundo y sus valores. La mayoría de estos cómics desaparecerían en 1992. La Barcelona Olímpica aparcó la ciudad condal underground, mientras la cocaína y las drogas de diseño arrinconaban a los yonquis (tocados de muerte, además, por las sobredosis y el sida). El público más joven ya no se interesaba por las historias de El Víbora y empezaría a ser captado por el manga. El cómic underground ya estaba acabado.

4. Colaboradores de El Víbora pintando el cómic|cómico en vivo Amor en Vallvidrera, 1980. © Manel Esclusa, VEGAP, Barcelona, 2019.

Manel Esclusa. Colaboradores de El Víbora pintando el cómic en vivo Amor en Vallvidrera, 1980. © Manel Esclusa, VEGAP, Barcelona, 2019.

La puesta de largo del underground

El Víbora no fue el fruto de un proyecto empresarial, sino la iniciativa de un conjunto de artistas que vivían, realmente, la vida underground y que recibieron la influencia del cómic alternativo norteamericana (y, en menor medida, de los tebeos populares de la factoría Brugera). Bajo el liderazgo de Nazario, que era un poco más mayor que el resto, participaron en el proyecto creadores como Mariscal, Max, Martí, Roger o Carratalá. Algunas de las historias de fiestas locas dibujadas reflejaban estrictamente la vida que vivían comunitariamente; compartían casa, borrachera, amantes, drogas y problemas. Antes ya habían publicado en una vietnamita (un ciclostil) El Rrollo Enmascarado, y Nazario ya había autoeditado un cómic alocado, cargado de sexo: La piraña divina. Los distribuían de forma clandestina, y se vendieron de escondidas en el Canet Rock, lo que causó la irritación suprema de las autoridades franquistas. Pero después de mantenerse al margen de todos los circuitos comerciales, en 1979 recibieron la oferta, por parte de las nuevas Ediciones La Cúpula, de crear una publicación. Fue la "puesta de largo del movimiento underground". Crearon El Víbora en grupo, y colectivamente lo dotaron de su provocativo espíritu característico. Dicen que buena parte de la publicación se hacía entre grandes fiestas. En El Víbora también publicaron algunos de los grandes del cómic underground internacional, encabezados por Robert Crumb, el rey del género. El Víbora tuvo su momento de gloria después del golpe de estado del 23-F. Mientras el resto de publicaciones medían mucho sus posiciones para evitar las iras de los militares, este cómic sacó, 15 días después del golpe, un número especial tremendamente contundente sobre el Tejerazo. Eso generó un reconocimiento colectivo del mundo artístico y democrático hacia esta publicación. Pero no duró mucho: El Víbora siempre tuvo un punto lumpen: era demasiado grosera y descarada para la cultura oficial.

2. Martí. Cubierta del nº. 35 de El Víbora, 1982

Martí. Cubierta del núm 35 de El Víbora, (Ediciones La Cúpula, octubre de 1982).

El fin del mundo underground

El conflicto entre los editores y los creadores de la revista acabó provocando una cierto distanciamiento de los creadores de la revista hacia el producto. Con el tiempo, el espíritu de El Víbora acabaría diluyéndose. El mismo Hernán Migoya, que dirigió la publicación en los últimos tiempos, reconoce que no supo gestionar la herencia de sus fundadores. Los dibujantes de las últimas épocas se limitaban a enviar sus páginas periódicamente, pero ya no participaban en la discusión de la línea de la publicación, ni creaban colectivamente. Y, paralelamente, los lectores fueron dándoles la espalda. La revista llegó, arrastrándose, hasta 2004. Fue la última gran revista de cómic para adultos que cerró, y así selló el fin de una época. Con el tiempo, los artistas involucrados en El Víbora evolucionarían de forma muy diferente. Si Max se convertiría en uno de los autores de culto del mundo del cómic, Mariscal saldría directamente del underground y sería muy bien cotizado dentro del arte canónico, mientras que Nazario continuaría por las galerías de la contracultura, sin abandonar nunca la contundencia ni la provocación.

6. Mariscal. Una noche particular. Original para el nº. 65 de El Víbora, 1985 © Mariscal, VEGAP, Barcelona, 2019

Mariscal. Una noche particular. Original para el nº. 65 de El Víbora, 1985 © Mariscal, VEGAP, Barcelona, 2019.

Un formato complicado

No es fácil hacer una exposición sobre cómics. Las muestras que suele hacer el FICOMIC en el Salón del Cómic o del Manga no suelen tener mucho público, porque es difícil ofrecer nada muy vistoso. Las portadas son demasiado pequeñas para tener buena pinta en un museo o en una sala de exposiciones, y no tiene mucho sentido ofrecer originales de historias, aunque sean de autores tan emblemáticos como Onliyú, Mediavilla, Pons, Nazario o Montesol, porque al fin y al cabo, son obras pensadas para su reproducción. El Víbora. Comix contracultural, no ha sabido superar estos difíciles obstáculos, y es una exposición plana, poco visual, que aporta poco más de lo que aportaría la simple lectura de los viejos cómics. Se compone, básicamente, de 100 portadas, un vídeo, algunas fotografías y 38 obras originales. En realidad, más allá del fetichismo del que busca ver una obra original de Max o de Mariscal, la exposición explica poco. Únicamente el vídeo Sólo para supervivientes. La historia de "El Víbora", de Guillermo A. Chaia y Javier R. Cortés (2015) nos ofrece muchas claves sobre el quién, el cómo y el porqué de una revista emblemática.

marta guerrero dolores sus laboras vibora

Marta Guerrero. Dolores sus labores. Original para el sumario del nº 138-139 de El Víbora, 1991.

El último clavo para sellar el ataúd

Muchos de los colaboradores de El Víbora apuntan que esta publicación duró demasiado. Aseguran que se podrían haber eliminado los últimos números porque en la última época, ni era lo que había sido, ni conseguía captar a público nuevo. Murió ya desangrada. En realidad, sus colaboradores lamentan, más que el hecho de que se cerrara, que se cerrara sin ni siquiera montar una gran fiesta. El MNAC, como todos los museos, tiende ahora a incluir dentro del canon a aquellas expresiones culturales que nacieron, crecieron y murieron al margen de este. Y en este sentido está incorporando el cómic a sus colecciones. Incluso el cómic underground, el más odiado por la alta cultura, ya está en las salas del museo. Con un cierto paternalismo, desde la cultura oficial se pretende, así, homologar como "cultura" a aquello que la misma cultura oficial había excluido previamente. Pero, con eso, se consigue, en cierta medida,en cerrar la contracultura en una jaula dorada. Las portadas de El Víbora, conveniente desactivadas por el paso del tiempo, se exponen para disfrute de un público que, probablemente, nunca fue el suyo. Quizás despopularizar la cultura popular con el fin de ponerla en los espacios que pretenden englobar a toda la cultura (pero que nunca lo consiguen) no es la solución.

 

Imagen de portada: Nazario. Original para la cubierta del núm 1 de El Víbora, 1979 © Nazario,
VEGAP, Barcelona, 2019.